El Gran Festival de Colores



En un pequeño pueblo en Ecuador, rodeado de montañas y ríos cristalinos, había una escuela donde niños de diversas culturas y tradiciones aprendían juntos. La miscelánea de idiomas, comidas y danzas hacían de ese lugar un espacio mágico. Cada año, los alumnos esperaban con ansias el Gran Festival de Colores, un evento que celebraba la diversidad cultural de todos los habitantes del pueblo.

Una mañana soleada, Laura, una niña de ascendencia quichua, entró al aula con una idea brillante. Mientras todos se sentaban en círculo, ella levantó la mano:- “¡Propongo que cada grupo de la clase represente su cultura en el festival! ”

Los otros niños, entusiasmados, respondieron al unísono:- “¡Sí! ¡Es una gran idea! ”

Maxi, un niño que había llegado desde la costa, comentó:- “Podemos hacer una deliciosa ceviche para que todos la prueben.”

Mientras tanto, María, que era de una familia afroecuatoriana, añadió:- “Y yo puedo enseñarles a bailar el sanjuanito.”

Todos se miraron emocionados, ya que el festival sería la oportunidad perfecta para aprender de cada cultura. Así se pusieron a trabajar en sus presentaciones.

Sin embargo, no todo fue fácil. Mientras organizaban el evento, surgieron diferencias entre ellos. Un día, cuando estaban ensayando, Diego, un niño que había llegado de Europa, dijo:- “No entiendo por qué tenemos que bailar sanjuanito, ¿por qué no hacemos algo más moderno? ”

Laura, sorprendida, respondió:- “Pero Diego, el sanjuanito es parte de nuestra cultura. Es importante que todos lo conozcan.”

Diego frunció el ceño.- “No estoy seguro de que a todos les guste. Tal vez deberíamos hacer una coreografía de pop.”

Poco a poco, la discusión se calentó y los niños comenzaron a separarse. Cada grupo se fue en la dirección opuesta, discutiendo sobre qué era lo mejor para el festival. Pero Laura, preocupada, no se dio por vencida.

Esa noche, decidió ir a casa de Diego para hablar con él. Llevó consigo un dulce de la rica gastronomía quichua que hizo su abuela. Al llegar, tocó la puerta, y cuando Diego la vio, se sorprendió.- “¿Qué haces aquí, Laura? ”

- “Quería hablarte sobre el festival. Traje un dulce. ¿Te gustaría compartirlo? ”

Diego aceptó y los dos se sentaron a comer. Laura empezó a contarle sobre su cultura, la historia detrás de cada ingrediente del dulce, y cómo su abuela siempre le enseñaba a hacer postres en la cocina.

- “Es interesante lo que dices, Laura. Nunca había pensado en la comida como un modo de contar historias.”

Por primera vez, Diego escuchaba con atención. Al finalizar, Laura le preguntó:- “Y vos, ¿qué me podés contar sobre tu cultura? ”

Con algo de timidez, Diego comenzó a relatar sus tradiciones familiares, su costumbre al celebrar la Navidad con luces y villancicos. Laura se dio cuenta de que cada historia era una ventana hacia un mundo diferente.

Esa tarde, decidieron que el festival podría incluir tanto la tradición quichua como la música moderna. Al otro día, volvieron a la escuela y convocaron a todos.

- “Chicos, propongo que hagamos una mezcla de nuestras culturas” -dijo Laura entusiasmada. - “¿Qué les parece si bailamos sanjuanito y después pasamos a la música de pop? ”

Todos asintieron. María se ofreció a enseñar el sanjuanito a los demás, y Maxi y su mamá se encargaron de preparar el ceviche. Después de varias reuniones, los niños se dieron cuenta de que trabajar juntos era divertido y les hacía aprender más sobre cada uno.

El Gran Festival de Colores llegó y el pueblo entero se llenó de risas y alegría. Había talleres de danza, exposiciones de arte, juegos tradicionales y, por supuesto, todos disfrutaron de la deliciosa comida.

Al final del día, los niños se sintieron orgullosos de haber creado un programa que representaba la esencia de cada uno de ellos. Cuando llegó el momento del baile, todos se unieron en un alegre sanjuanito, y luego bailaron sus canciones preferidas de pop.

El festival fue un éxito rotundo, y todos comprendieron la importancia de celebrar la diversidad, aprendiendo que cada historia, cada danza y cada plato son puentes hacia la interculturalidad.

Desde aquel día, la escuela continuó fomentando la armonía y el respeto entre todos, y Laura y sus amigos aprendieron que la diversidad era su mayor riqueza y que juntos podían construir un mundo lleno de colores y sonrisas.

Y así, en cada rincón del pueblo, siempre se celebraba el Gran Festival de Colores, recordando que las diferencias nos enriquecen y que aprender de otros es una aventura maravillosa. Y así, los niños siguieron juntos, creando un futuro lleno de alegría y unidad.

Fin.

FIN.

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