El Gran Festival de Disfraces



Era una noche especial en el pequeño pueblo de Risitas, donde todos esperaban con ansias el Gran Festival de Disfraces. Todos los años, los habitantes se disfrazaban de personajes terroríficos y decoraban sus casas con telarañas, calaveras de cartón y calabazas que hacían juego con la luna llena. Pero este año, algo diferente estaba a punto de suceder.

En la casa de la familia Martínez, la pequeña Sofía y su hermano Lucas se preparaban con mucha emoción. Sofía se había disfrazado de vampiro, mientras que Lucas se había convertido en un monstruo de colores.

"¡Mirá mis colmillos!", dijo Sofía, mostrando su disfraz.

"¡Y mirá mis escamas!", respondió Lucas, mientras movía la mano delante de su cara.

Su madre entró al cuarto, sonriendo.

"¿Listos para salir? Recuerden que no solo se trata de asustar, sino de hacer sonreír a los demás y, por supuesto, conseguir muchos caramelos".

Los niños asintieron emocionados y salieron a explorar el vecindario. Las calles estaban llenas de criaturas fantásticas, brujas, fantasmas y zombis, todos riendo y disfrutando de la noche. Pero mientras recorrían la calle principal, oyeron un extraño ruido que provenía de un callejón.

"¿Qué fue eso?", preguntó Lucas un poco asustado.

"No sé, pero vamos a investigar", dijo Sofía, decidida.

Al acercarse al callejón, vieron a un grupo de niños disfrazados de monstruos, y junto a ellos, había un pequeño gato negro que parecía perdido.

"¡Ayuda!", gritó uno de los niños del grupo. "Este gato se asustó y no puede encontrar el camino a su casa".

Sofía y Lucas se miraron con determinación.

"Vamos a ayudarlo", dijo Sofía con valentía.

"Sí, no podemos dejarlo aquí solo", agregó Lucas.

Mientras ayudaban a los niños a rastrear al dueño del gato, decidieron que no podían permitir que la noche se convirtiera en un verdadero susto. Así que, en vez de asustar, comenzaron a decorar el callejón con globos y serpentinas que llevaban en sus mochilas. El ambiente se llenó de risas, miedos convertidos en diversión y, al final, todos los niños comenzaron a jugar con el gato.

"¡Miren! ¡El gato está feliz!", exclamó Sofía.

"Y nosotros también", agregó Lucas al ver a todos los niños jugando.

Finalmente, una anciana que vivía al final de la calle salió a investigar el bullicio. Al ver a su gato, lo abrazó con alegría.

"¡Oh, gracias! No sé qué hubiera hecho sin su ayuda", dijo la señora con una sonrisa. "Como recompensa, les ofrezco un montón de caramelos".

Con una bolsa llena de dulces y caramelos, Sofía y Lucas volvieron a casa con una gran sonrisa. La noche, que había comenzado con la idea de asustar, se había convertido en una aventura inolvidable.

"Mirá, Sofí, en vez de asustar, hicimos algo bueno". Dijo Lucas mientras disfrutaba de un caramelo.

"Sí, a veces, el mejor disfraz es el de ayudar a los demás", contestó Sofía.

Desde ese día, Sofía y Lucas decidieron que, cada año, en vez de asustar, se enfocarían en hacer sonreír y ayudar a quien lo necesitara en la noche del festival. Y así, el Gran Festival de Disfraces de Risitas se transformó en una fiesta de alegría y solidaridad, donde todos se disfrazaban para compartir risas y caramelos, en un ambiente lleno de diversión y amistad.

FIN.

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