El gran festival de los colores
En un pequeño pueblo de México, rodeado de montañas y lleno de historia, vivía una niña llamada Xóchitl. A Xóchitl le encantaba ver cómo la gente del pueblo se preparaba para el gran festival de los colores, una celebración que ocurría cada año para honrar la diversidad y la alegría del pueblo.
Un día, mientras ayudaba a su abuela a pintar papel picado, Xóchitl le preguntó:
"¿Abuela, por qué es tan importante este festival?"
"Mija, es una forma de recordar nuestras raíces y compartir la belleza de nuestra cultura con el mundo. Aquí, cada color representa algo especial en nuestros corazones", le respondió con una sonrisa.
Xóchitl estaba emocionada y decidió que este año quería hacer algo diferente y más grande que otros años. Entonces, se le ocurrió invitar a los niños de los pueblos aledaños para que participaran en el festival, pero había un problemita: no sabía cómo hacer para que todos se unieran.
Así que, con su espíritu chispeante, decidió hacer un grupo de WhatsApp llamado 'Colores Unidos'. A través de mensajes llenos de emojis y GIFs, fue invitando a sus amigos:
"¡Hey! Este año vamos a hacer un festival que nunca olvidarán. Vengan a mi pueblo, traigan sus ideas y juntos vamos a darle un toque especial".
Los días pasaban y la emoción iba creciendo. Sin embargo, un par de días antes del festival, comenzaba a llover mucho y Xóchitl se preocupó.
"¡No puede ser! ¿Qué vamos a hacer ahora?"
"Tranquila, Xóchitl. A veces el agua trae nuevas oportunidades", le decía su mejor amiga, Aldo.
Xóchitl decidió que no dejaría que la lluvia arruinara sus planes. Junto con Aldo y otros amigos, se pusieron a pensar en un plan B: hacer un festival bajo techo en la escuela del pueblo, adonde todos podrían bailar, comer y compartir.
Finalmente llegó el día del festival. Se armó un espacio vibrante con luces, música en vivo y, sobre todo, un montón de actividades. Había pipas de agua, para que los niños pintaran murales, y había una zona con juegos tradicionales de mesa como el dominó y la lotería. Además, cada uno llevó algo típico de su pueblo para compartir y probar.
"Aquí hay mole verde, pan de muerto y hasta unas galletitas de pelón pelorrico", dijo una niña con una gran sonrisa mientras mostraba su comida.
Xóchitl miró todo lo que estaba sucediendo a su alrededor y sintió una calidez en su corazón. El festival no solo estaba iluminado con colores, sino también con risas, amor y amistad.
"Esto es justo lo que soñé", decía feliz mientras bailaba con todos sus nuevos amigos.
"Xóchitl, eres una líder", le dijo Aldo.
"No, somos todos. Cada uno trajo su esencia. ¡Y eso es lo que hace esta fiesta mágica!".
A medida que el sol se ponía detrás de las montañas, el festival brillaba más que nunca. Todos comprendieron que, en conjunto, podían crear algo aún más espectacular. Y así, Xóchitl, junto con sus amigos, logró que ese año el festival no solo fuera un evento, sino una verdadera celebración de comunidad.
Al día siguiente, dejaron una nota en el grupo de WhatsApp que decía: 'El que arriesga tiene la dicha. Hicimos un festival que quedó en nuestros corazones y en los colores de México. ¡Vamos por más años así!'.
Y con eso, Xóchitl y sus amigos se dispusieron a planear el próximo gran festival de los colores, juntos, siempre unidos, para mostrar al mundo lo hermosa que puede ser la diversidad.
Fin.
FIN.