El Gran Gol de Miguel



Era un día soleado en el barrio y Miguel se preparaba para el gran partido de fútbol que se disputaría en la plaza. Todos sus amigos, Lautaro, Valen y Sofía, estaban emocionados porque participaría un equipo nuevo que incluía a niños más grandes y experimentados.

-Miguel, ¿estás listo para el partido? -preguntó Lautaro mientras pateaba la pelota en el aire.

-Sí, pero... estoy un poco nervioso -respondió Miguel, mirando al suelo.

-¡No te preocupes! Solo diviértete y juega como siempre lo haces -animó Sofía, dándole una palmadita en la espalda.

Cuando llegó el momento del partido, Miguel estaba temblando. Al sonar el pitido inicial, comenzó a correr, pero su corazón latía tan fuerte que parecía que se iba a escapar de su pecho.

El primer tiempo fue un desastre para él. Cuando le pasaban la pelota, le sudaban las manos y se le escapaba. Cada vez que intentaba chutar, la pelota iba siempre en dirección contraria a la portería.

-¡Vamos, Miguel! -gritó Valen desde la banda, pero Miguel solo podía sentir más presión.

Al finalizar el primer tiempo, el marcador era 2-0 a favor del equipo contrario.

-Debemos hacer algo al respecto en el segundo tiempo -dijo Lautaro, preocupado.

-Ya sé, voy a intentar relajarme un poco -respondió Miguel, mordiéndose el labio.

El segundo tiempo comenzó y Miguel respiró hondo. Intentó concentrarse y recordar todo lo que había practicado. Pero seguía sintiendo los nervios y la presión de desempeñarse bien.

En un momento, su equipo logró una jugada increíble y el balón le llegó a Miguel. El estadio pareció detenerse y todos los ojos estaban sobre él. En ese instante, Miguel sintió como si el mundo se cerniera sobre él.

-Pasala, Miguel, ¡pegale! -gritó Sofía desde el costado.

Miguel sintió que las piernas le temblaban y, ante la incertidumbre, decidió pasarla a su compañero. La jugada finalizó rápidamente con un tiro fallido del otro jugador. El público se lamentó, pero a Miguel le creció la decepción en el corazón.

-Todavía hay tiempo -se dijo a sí mismo.

Con constancia, cada vez que tenía la oportunidad, pasaba la pelota a los demás. Sin embargo, al acercarse el final del partido, su equipo seguía perdiendo. En la última jugada del partido, el equipo rival atacó ferozmente y Miguel se encontró en la necesidad de recuperar el balón. Fue entonces cuando, sin pensarlo, se lanzó al suelo y logró robarles la pelota.

-¡Ahora o nunca! -gritó Miguel mientras se levantaba y comenzaba a correr hacia la portería.

El tiempo parecía detenerse. Sus amigos lo alentaban con todas sus fuerzas.

-Muy bien, Miguel, ¡todo depende de vos! -gritó Lautaro.

Justo cuando estaba ante la portería rival, un defensor salió corriendo para quitarle la pelota. En un instante de lucidez, Miguel hizo un quiebre espectacular, dejó atrás al rival y se encontró a solas frente al arco.

-brate la cabeza y saca lo mejor de vos, Miguel -se dijo a sí mismo, respirando profundamente.

Nunca había estado tan claro en su mente. Con todo lo que tenía, corrió hacia adelante y disparó. La pelota salió disparada, describiendo una hermosa curva, y el público contuvo la respiración. La pelota terminó en el fondo de la red, ¡gol!

El estadio estalló en gritos de júbilo. Miguel se quedó estático, sin poder creer lo que había hecho, mientras sus compañeros lo rodeaban.

-¡Increíble, Miguel! -gritó Valen, saltando de alegría.

-Pasaste de ser un jugador nervioso a ser el héroe del partido -dijo Sofía entusiasmada, sonriendo.

Desde ese día, Miguel entendió que la confianza en uno mismo y el trabajo en equipo son fundamentales en el deporte y en la vida. Nunca más dejaría que los nervios lo detuvieran. Además, sabía que siempre podía contar con el apoyo de sus amigos.

Así, con cada partido, se volvió un mejor jugador y, sobre todo, un gran compañero. Miguel aprendió que a veces las cosas no salen como uno espera, pero si continua esforzándose y disfrutando, siempre puede llegar a ser el mejor.

Y fue así como Miguel se volvió una inspiración no solo para sus amigos, sino para todos los niños del barrio, demostrando que el verdadero talento se descubre a través de la perseverancia y la confianza en uno mismo.

FIN.

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