El Gran Juego de la Amistad



Había una vez en un colorido pueblo llamado Amistad, donde todos los niños y niñas jugaban juntos. Sin embargo, había una 'estratificación' que hacía que algunos chicos siempre jugaran con otros como ellos, y nunca se mezclaran. En la parte alta del pueblo, vivían los chicos de la clase alta: Manuel, el gran jugador de fútbol, y Sofía, la artista del grupo. En la parte baja, vivían los chicos de la clase media y baja: Leo, un apasionado por los inventos, y Ana, que siempre soñaba con ser bailarina.

Un día, Ana y Leo decidieron organizar una competencia para ver quién podía crear el mejor juguete del verano. "Yo haré una cometa voladora maravillosa!" - dijo Ana emocionada. "¡Y yo inventaré un robot que podrá moverse solo!" - añadió Leo, entusiasmado.

Los dos se pusieron a trabajar, pero pronto notaron que no podían terminar sus proyectos solos. Ana necesitaba materiales que no tenía y Leo necesitaba ayuda con la programación del robot. Así que decidieron ir a pedir ayuda a los chicos de la clase alta.

"Hola Manuel, hola Sofía. Estamos haciendo unos juguetes para el concurso. ¿Pueden ayudarnos?" - preguntó Ana con esperanza.

"¿Ayudarles a ustedes?" - respondió Manuel, orgulloso. "Nosotros somos los mejores. ¿Por qué perderíamos el tiempo ayudándoles?"

Sofía miró a Ana y a Leo, y pensó. "Pero podríamos tener una competencia más divertida si todos trabajamos juntos." - sugirió.

Manuel se rió, "¿Juntar a todos los 'niños de la clase baja' con nosotros? Eso no tiene sentido."

Ana y Leo se sintieron mal, pero no se dieron por vencidos. Se llevaron sus ideas de vuelta a casa y decidieron seguir adelante sin la ayuda de Manuel y Sofía.

Días después, llegó el gran día del concurso. Todos los niños del pueblo estaban emocionados. Ana presentó su cometa maravillosa que brillaba con colores vibrantes, mientras que Leo mostró a su robot que podía bailar y moverse. A medida que los niños se acercaban a ver sus creaciones, quedaron fascinados. Entonces, llegaron Manuel y Sofía.

"¿Qué hacen aquí?" - preguntó Manuel. "Nosotros somos los mejores, ¡deberían estar avergonzados!" - Sofía intentó hacer sentir mal a Ana y Leo.

Pero los otros niños del pueblo, tanto de la clase alta como de la baja, no estaban de acuerdo. "Nos divertimos mucho viendo sus creaciones. ¡Son geniales!" - dijo una niña del grupo. "Sí, los juguetes son fantásticos!" - exclamó otro niño.

Entonces, algo mágico ocurrió. Los niños de la clase alta, al ver la admiración de todos, comenzaron a acercarse. Sofía dijo: "¿Podemos probarlas?"

Ana sonrió y respondió: "¡Claro! Pueden intentar hacer volar la cometa y bailar con el robot."

"¡Sí! ¡Hagámoslo juntos!" - gritó Leo emocionado.

Después de jugar todos juntos, Manuel y Sofía se dieron cuenta de que no hacía falta ser de una clase alta para ser buenos amigos o crear algo increíble.

"Perdón, chicos. Creo que nos equivocamos. ¡Esto es mucho más divertido!" - reconoció Manuel al final de la tarde.

Sofía asintió y agregó: "Sí, los mejores momentos son cuando jugamos juntos, sin importar de dónde venimos."

Desde ese día, el pueblo de Amistad cambió. Ya no había más estratificación social y todos los niños aprendieron que lo más importante era compartir la amistad, las ideas y jugar juntos, sin importar sus diferencias. Un año más tarde, decidieron hacer un gran festival donde cada niño podría mostrar sus talentos, creando un espectáculo único que celebraba la diversidad y la unidad.

Y así, el pueblo de Amistad continuó prosperando, donde la risa y el amor superaron las barreras, demostrando que la verdadera amistad no tiene clases ni límites.

FIN.

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