El Gran Juego de la Obediencia



En un pequeño pueblo vivía un niño llamado Lucas, un niño curioso y travieso, que siempre estaba dispuesto a explorar. Su mamá, Ana, era muy amorosa pero también sabía que Lucas necesitaba aprender a escuchar y obedecer. Un día, mientras jugaba en el jardín, su abuelo, Don Pedro, llegó para pasar la tarde con ellos.

- ¡Hola, Lucas! - saludó el abuelo con una sonrisa. - Estoy listo para jugar uno de nuestros juegos. ¿Te acuerdas de la Gran Carrera de Obediencia?

- ¡Sí! - exclamó Lucas emocionado. - ¿Vamos a jugar?

- Claro, pero hay un truco - dijo el abuelo. - Para ganar, tenés que escuchar y obedecer todas las instrucciones que te dé tu mamá. ¿Crees que puedes hacerlo?

- ¿Todas? - preguntó Lucas, un poco dudoso. - Pero a veces son muchas, abuelo.

- Es verdad, pero obedecer es parte del juego. ¿Por qué crees que es importante? - insistió Don Pedro.

- Bueno... porque mamá es sabia y quiere lo mejor para mí... ¿no? - respondió Lucas, tratando de recordar lo que su mamá siempre le decía.

Ana sonrió y dijo:

- Muy bien, Lucas. Ahora, vamos a empezar el juego. Primero, corre hasta el árbol del jardín y vuelve. Pero tienes que decirme, ¿por qué obedeciste?

Lucas corrió con todas sus fuerzas y al volver, dijo:

- Porque quiero ser un buen jugador y porque mamá me lo pidió.

Don Pedro asintió con aprobación y añadió:

- ¡Exacto! Obedecer a tus padres te ayudará a ser un gran jugador en la vida. Ahora, para la siguiente ronda, ¿puedes ayudarle a tu mamá a recoger los juguetes que dejaste tirados? ¿Por qué es importante hacerlo?

Lucas miró a su alrededor. Los juguetes estaban en desorden y, aunque tenía ganas de seguir jugando, comenzó a recogerlos. Al terminar, dijo:

- Porque mamá siempre me ayuda y yo también debo ayudarla. ¡Eso es lo justo!

El abuelo aplaudió con alegría.

- ¡Así se habla! Ahora, la última ronda. ¿Podés ir a buscar un libro a tu cuarto pero... tenés que pedirle a tu mamá que te lo traiga? ¿Por qué crees que eso es importante?

Lucas se quedó pensando. - Bueno, porque a veces mamá está más cerca y puede ayudarme más rápido. ¿Es eso? - dijo, un poco inseguro.

- ¡Exactamente! Siempre hay momentos en que obedecer significa pedir ayuda. No está mal, es una forma de trabajar en equipo. - respondió Don Pedro, mientras se sentaban todos en la tapa del viejo barril del jardín.

- Y si no escucho, ¿qué puede pasar? - preguntó Lucas curioso.

Ana tomó la palabra:

- A veces, si no obedeces, podrías perderte de cosas divertidas o incluso no estar a salvo. Obedecer nos protege y también nos permite disfrutar de lo que nos gusta.

Lucas pensó en todas las veces que había desobedecido y en cómo a veces eso lo había llevado a problemas divertidos, pero no deseables. - Entonces, ¿cada vez que obedezco, estoy eligiendo bien? - preguntó.

Don Pedro sonrió y respondió:

- Así es, Lucas. Cada vez que elegís obedecer, se te presentan nuevas aventuras, y también demostrás respeto y amor por quienes te rodean. ¿No es genial?

- ¡Sí! - gritó Lucas, emocionado. - A veces me gusta jugar solo, pero a veces me gusta más jugar con ustedes y eso significa seguir sus instrucciones. ¡Obedecer puede ser divertido! - concluyó.

Desde ese día, Lucas aprendió que obedecer a sus padres no solo era una regla, sino una puerta a nuevas aventuras y momentos especiales. Y lo más importante, cada vez que obedecía, sentía el amor y la alegría en su hogar.

Y así, en cada juego y en cada día, Lucas fue creciendo, aprendiendo que la obediencia puede ser un gran aliado hacia nuevas y divertidas experiencias en la vida.

FIN.

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