El Gran Juego de los Amigos
Érase una vez en un pequeño vecindario de Buenos Aires, un niño llamado Lucas. Lucas era un niño muy curioso y divertido, pero había algo que lo mantenía entretenido día y noche: sus videojuegos. Desde que recibió una consola de videojuegos en su cumpleaños, Lucas pasaba horas y horas jugando solo, ignorando a sus amigos que lo llamaban para salir a jugar al fútbol o hacer alguna otra actividad divertida.
Una tarde soleada, Lucas estaba completamente absorto en una nueva misión del juego. Su mejor amigo, Mateo, lo llamó de afuera:
"¡Lucas! ¡Vamos a jugar al parque! ¡Hay un torneo de fútbol!" - gritaba Mateo emocionado.
Lucas apenas levantó la cabeza de la pantalla.
"No puedo, Mateo. Estoy a punto de ganar el nivel más difícil del juego. después voy." - respondió Lucas, sin pensar.
Mateo sintió un nudo en la garganta.
"Pero... yo también quiero jugar contigo. ¡Los chicos están esperando!" - insistió.
"No sé, estoy muy concentrado..." - y siguió enfocado en su pantalla.
A medida que pasaban los días, Lucas comenzó a notar que ya no recibía tantas invitaciones de sus amigos. Al principio no le importó, pero a medida que la soledad se adueñaba de sus tardes, una leve tristeza lo envolvía. En un momento, decidió salir a buscar a sus amigos, pero descubrió que se habían juntado sin él. Los escuchó riendo y corriendo. Entonces, se sintió muy solo.
Una tarde, mientras Lucas jugaba, vio un anuncio en el juego que decía: "¡Envía a un amigo a tu misión y conseguirán puntos juntos!". Un brillo de esperanza iluminó su rostro.
"¡Genial! Llamaré a Mateo!" - pensó mientras buscaba su celular.
Pero antes de marcar, se dio cuenta de que no sabía ni siquiera si Mateo seguiría queriendo jugar con él. Decidió llamarlo a pesar de su miedo.
"¡Mateo! ¿Querés venir a jugar?" - dijo Lucas emocionado al teléfono.
"Mmm, no creo que pueda. Estoy ocupado con los chicos..." - respondió Mateo con un tono de decepción.
Lucas sintió que su corazón se hundía.
"¿No podemos volver a ser amigos como antes?" - preguntó lamentándose.
"Lucas, yo siempre quise jugar contigo. Pero hace mucho que no salís..." - explicó Mateo.
Lucas entendió que se había perdido mucho tiempo. El siguiente fin de semana, decidió organizar un gran encuentro en su casa. Quería recuperar a sus amigos. Le mandó mensajes a todos:
"¡JUNTADA EN MI CASA! ¡Los espero para jugar, hacer una tarde de juegos, trivia y pizza!"
Cuando llegaron, la casa se llenó de risas y alegría. Lucas apostó a dejar los dispositivos a un lado y disfrutar de sus amigos. Esa tarde, jugaron a la pelota, hicieron manualidades y hasta hubo una competencia de chistes.
"¡Lucas, hacé uno!" - gritó Mateo lleno de entusiasmo.
"Uh, está bien... ¿Sabes por qué el libro de matemáticas se siente triste?" - dijo Lucas.
"¿Por qué?" - preguntaron todos.
"¡Porque tenía demasiados problemas!" - se rió Lucas junto con sus amigos.
Era un momento divertido que sólo podía vivirse en compañía. Luego, cuando Lucas miró alrededor, sus amigos estaban felices, riendo y disfrutando. En ese instante, comprendió que la vida real era mucho más divertida y satisfactoria que cualquier video juego.
"Chicos, gracias por venir. La pasamos genial. No me quiero volver a perder esto. Tuve una gran idea: cada fin de semana haremos algo juntos, ¿qué dicen?" - propuso Lucas con una gran sonrisa.
Todos se miraron y respondieron al unísono:
"¡Sí, sí! ¡Excelente idea!"
Desde ese día, Lucas encontró un balance entre los videojuegos y el tiempo que pasaba con sus amigos. Había aprendido que aunque los dispositivos eran divertidos, nada superaba tener a sus amigos a su lado, compartiendo risas y buenas historias. No hubo más soledad, solo buena compañía y nuevas aventuras por vivir.
Y así, Lucas y sus amigos se comprometieron a crear muchos más recuerdos juntos, recordando siempre que la amistad es un tesoro que no se debe descuidar. Fin.
FIN.