El Gran Juego de los Escondites
En el tranquilo barrio de Villa Esperanza, un grupo de amigos se preparaba para un día lleno de aventuras. Era una tarde radiante y el sol brillaba en lo alto, ideal para jugar al fútbol y hacer una pausa después para salir a jugar a las escondidas. Los protagonistas de esta historia eran: Lucas, un apasionado del fútbol; Ana, muy astuta y siempre tenía buenas ideas; Tomás, el más rápido del grupo; y la pequeña Sol, que con su ternura y risa iluminaba cualquier momento.
"¡Vamos a jugar al fútbol primero!" - sugirió Lucas con entusiasmo, mientras se ajustaba la camiseta.
"¡Sí! Pero después tenemos que jugar a las escondidas" - agregó Tomás, imaginando los mejores lugares para esconderse.
Los amigos se reunieron en el parque, donde habían dibujado una portería con tiza. Se dividieron en dos equipos y comenzaron a jugar su partido. La pelota iba de un lado a otro, y cada uno daba lo mejor de sí. Ana, que siempre tenía estrategias brillantes, ideó un plan:
"Lucas, tú da un pase a Tomás y él me lo devuelve, así podremos sorprender al otro equipo".
Con el juego en plena acción, Tomás hizo el pase, pero justo cuando Ana fue a recibir el balón, se escuchó un grito: "¡Cuidado!" - Era Sol, que había tropezado con la raíz de un árbol. Todos se detuvieron, corrieron hacia ella y la ayudaron a levantarse.
"¿Estás bien, Sol?" - preguntó Lucas lleno de preocupación.
"Sí, solo me asusté un poco" - respondió la pequeña.
Tras asegurarse de que Sol estaba bien, volvieron a jugar, más unidos que nunca. El partido terminó y tuvimos un tiempo emocionante. Decidieron cambiar de juego, así que todos concordaron:
"Es hora de jugar a las escondidas" - exclamó Ana.
Los amigos contaron hasta veinte mientras el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas. Sol, que era la que debía contar, cubría sus ojos con las manos.
Mientras todo el mundo corría a esconderse, Ana tuvo una idea genial. Se escondió detrás de un arbusto, pero antes, sacó su celular para tomar una foto del resumen de la tarde. Justo cuando hizo clic, el celular se le resbaló de las manos y cayó al suelo, mostrando una luz parpadeante en la pantalla.
Ana, muy preocupada, susurró:
"¡Oh no! Mi celular..."
En ese instante, Sol escuchó el ruido del celular y, en vez de estar escondida, decidió correr a ayudar a su amiga.
"No te preocupes, Ana, lo recogeré".
Tomás se asomó de su escondite y dijo:
"Deberíamos buscarlo todos juntos".
Decidieron entonces suspender el juego y unirse en la búsqueda del celular. Llamaron a Lucas, que había encontrado el celular justo detrás de un árbol.
"¡Lo tengo!" - gritó Lucas.
Todos fueron rápidamente hacia él. Ana estaba más aliviada que feliz.
"Gracias, chicos. Aunque perdimos un poco de tiempo, nos ayudamos unos a otros." - reflexionó Ana.
Sol sonrió y dijo:
"¡El compañerismo es mucho más divertido que ganar o perder!"
"Es cierto" - comentó Tomás. "Siempre debemos ayudarnos y cuidarnos entre nosotros".
Así, los amigos aprendieron un valioso día. Decidieron volver a jugar, pero ahora con un nuevo juego: antes de ocultarse, cada uno compartiría tres cosas por las que se sentía agradecido ese día.
Lucas dijo:
"Estoy agradecido porque tenemos un lugar hermoso para jugar!".
Ana, riendo, agregó:
"Yo por tener amigos tan geniales".
Tomás comentó:
"Y yo por cada aventura que vivimos juntos".
Finalmente, Sol, con su carita iluminada, por su torpeza, dijo:
"Y yo por tenerlos a ustedes".
Y así, con el sol poniéndose detrás de ellos, continuaron jugando, riendo, y creando recuerdos que durarían toda la vida. Esa tarde, aprendieron que el fútbol, las escondidas y la aventura más grande de todas, estaba en la alegría de compartir momentos juntos.
Antes de regresar a casa, se prometieron tener un día de juegos cada semana y que, sin importar la actividad, siempre se ayudarían mutuamente. Así fue como el Gran Juego de los Escondites se convirtió en una tradición en Villa Esperanza.
FIN.