El Gran Juego de los Juguetes



En un soleado día de primavera, el pequeño Tomás estaba en su habitación, rodeado de juguetes de todo tipo. Había bloques de colores, pelotas y hasta un tren de madera que hacía ruidos divertidos. Pero en vez de jugar con ellos, Tomás estaba sentado en la cama, mirando la pantalla del celular de su madre.

La mamá de Tomás, Laura, entró a la habitación y se dio cuenta de que su hijo estaba distraído con el celular. Se acercó, suspirando un poco. No podía evitar sentirse frustrada.

"Tomás, ¿qué hacés con el celular?" - preguntó Laura, consciente de que prefería ver a su hijo jugar con sus juguetes.

Tomás, con una sonrisa traviesa, levantó la vista.

"¡Mirá, mamá! Puedo jugar estos juegos geniales. ¡Mucho más divertidos que los juguetes!"

Laura frunció el ceño al ver que todos los juguetes estaban desparramados por el suelo.

"Pero, Tomás, esos juguetes son para jugar. Mirá todo el desorden que hiciste..."

Tomás, en lugar de sentirse culpable, decidió agarrar el celular y, en un acto impulsivo, exclamó:

"¡No quiero jugar con mis juguetes! ¡El celular es mucho más emocionante!"

Laura, visiblemente molesta, le pidió el celular de manera firme.

"Tomás, por favor, devolveme el celular. Es mío y solo lo podés usar por un rato. Ahora es momento de jugar con tus juguetes."

Tomás, al principio renuente, miró a su madre y luego a los juguetes en el suelo. Estaba claro que las cosa se ponía tensa, pero entonces una idea brillante cruzó por su mente.

"¿Y si hacemos un juego?" - sugirió con emoción.

Laura lo miró con curiosidad.

"¿Un juego? ¿Cuál?"

Tomás saltó de la cama y señaló los juguetes tirados por el piso.

"Podemos hacer una aventura. Cada juguete puede ser un personaje y nos inventamos una historia juntos. ¡Podemos usar la imaginación!"

Laura, sintiendo que podía ceder un poco, decidió darle una oportunidad a la idea de Tomás.

"Está bien, pero primero, tenemos que recoger todos los juguetes. ¡Es parte del juego!"

Juntos, comenzaron a recoger los juguetes. Mientras lo hacían, Tomás comenzó a contar una historia.

"Érase una vez un valiente dinosaurio llamado Dino que quería salvar su mundo lleno de juguetes. Pero había un monstruo que quería robarse todos los colores. Entonces, Dino tuvo que armar un equipo de amigos..."

Laura sonrió.

"¿Y quiénes son los amigos de Dino?"

Tomás entusiasmado, comenzó a designar roles. Cada juguete tenía su papel y pronto la habitación se iluminó con risas y creatividad.

"¡Tú eres la mamá de Dino! ¡Eres la reina de los colores!" - le dijo Tomás a su madre.

Después de un rato, Laura se dio cuenta de que estaba disfrutando tanto como Tomás, riéndose y actuando las escenas. De repente, ya no había espacio para la frustración anterior, solo había diversión.

A medida que la historia avanzaba, Dino y su equipo lograban juntos vencer al monstruo que robaba los colores, y haciendo eso, también recuperaban la alegría de jugar juntos.

"¡Lo logramos! ¡Los juguetes ahora están a salvo!" - exclamó Tomás emocionado.

Y así, entre risas y abrazos, Laura comprendió que el uso del celular no era tan emocionante como jugar con su hijo.

Después de terminar la aventura, Laura se dio cuenta de que a veces, un pequeño cambio de perspectiva podía convertir un conflicto en un momento mágico.

"Gracias, Tomás. Me divertí muchísimo. ¿Te parece si guardamos el celular por un rato y seguimos jugando?"

Tomás asintió emocionado.

"¡Sí! ¡Aventuras han comenzado!"

Desde ese día, Tomás y su mamá se prometieron hacer un espacio especial para jugar cada día, dejando el celular de lado y creando historias juntos, llenas de personajes fantásticos y mucha imaginación. Así, ambos aprendieron que los juguetes podían llevarlos mucho más lejos que cualquier pantalla.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!