El Gran Juego de Sebastián



Era un día soleado en el barrio de Las Flores y Margarita e Isabella, dos amigas inseparables, estaban jugando en el parque. En medio de risas y juegos, de repente, sus miradas se posaron sobre Sebastián, un niño que siempre parecía estar solo.

- ¿Quién es ese chico? - preguntó Margarita, señalando a Sebastián.

- Creo que se llama Sebastián. Siempre está ahí con su pelota, pero nunca juega con nosotros - respondió Isabella, algo triste por la situación.

Ambas se miraron y decidieron que debían hacer algo. Quisieron acercarse a Sebastián y hacer que se uniera a su juego.

- Vamos a invitarlo, ¿sí? - sugirió Margarita con una sonrisa.

- ¡Sí! Pero tenemos que hacerlo de una manera divertida - dijo Isabella, pensando en una forma creativa de atraerlo.

Se acercaron a Sebastián, que estaba sentado en una banca, viendo cómo los niños jugaban.

- ¡Hola, Sebastián! - exclamó Margarita, moviendo su mano.

Sebastián levantó la vista, sorprendido por la atención.

- Hola - contestó, un poco tímido.

Isabella se adelantó. - Estábamos pensando en jugar a las escondidas. ¿Te gustaría unirte?

Sebastián miró su pelota de fútbol, dudando. - No sé, a mí no me gusta jugar a eso... - dijo en un susurro.

- Pero, ¡podemos hacer algo diferente! - propuso Margarita. - Podemos agregar a nuestra escondida un reto: ¡quien se esconda mejor tendrá una superestrella! ¡Veamos quién puede encontrar la mejor escondite!

Sebastián levantó una ceja. - ¿Superestrella?

- ¡Sí! - Isabella respondió entusiasmada. - Lo hacemos en equipos, así nadie se siente solo.

Sebastian sonrió, ya un poco más animado. - Bueno, ¡vamos a hacerlo entonces! - dijo, levantándose lentamente.

El juego comenzó, y Sebastián, Margarita e Isabella se unieron, formando un equipo. Al principio, Sebastián estaba un poco torpe, pero pronto se dio cuenta de lo divertido que era esconderse y buscar a los demás. Cada vez que un niño se acercaba a encontrarlos, se reían y celebraban juntos.

- ¡Mirá! - gritó Margarita mientras señalaba a uno de sus amigos que intentaba encontrarlos. - ¡Es un jugador extraordinario, necesita un poco de ayuda!

- ¡Vamos a despistarlo! - rió Sebastián mientras se agachaba detrás de un arbusto, desde donde oteaban el terreno.

La risa fue contagiosa y Sebastián pronto se sintió parte del grupo. Cuando el sol comenzó a caer, todos decidieron que era hora de irse.

- Gracias por incluirme. No sabía que jugar podía ser tan divertido - dijo Sebastián, sonriendo por primera vez.

- Siempre hay espacio para nuevos amigos - respondió Isabella.

- ¡Y para nuevas aventuras! - añadió Margarita, mientras sus ojos brillaban con emoción.

Los tres comenzaron a encontrarse cada día. Aprendieron a jugar a diferentes juegos y a trabajar en equipo. Sebastián incluso mostró a las chicas cómo hacer malabares con su pelota, ¡y fue espectacular!

Un día, mientras estaban en el parque, se dio cuenta de que había algo especial en su amistades.

- Chicas, creo que hemos creado un club - dijo Sebastián.

- ¡Sí! El Club de los Exploradores - gritó Margarita.

- ¡Ese es un nombre genial! - exclamó Isabella, animada.

- Y podemos continuar descubriendo nuevas aventuras juntos. ¡Haremos una lista de cosas para explorar! - propuso Sebastián, emocionado.

Así, las tres amistades comenzaron a planear sus aventuras. Desde explorar el arroyo, hasta acampar en el parque y buscar insectos, nunca dejaron de aprender juntos.

El tiempo pasó y el verano llegó a su fin, pero lo que comenzó como un simple encuentro se convirtió en una amistad inquebrantable. Un día, mientras comían helados, Isabella miró a Sebastián y le dijo:

- Nunca imaginé que un día jugaríamos tanto.

- Y yo nunca pensé que encontraría amigos tan geniales - respondió Sebastián con una gran sonrisa.

Margarita asintió felizmente. - ¡A veces, todo lo que se necesita es un poco de valentía para invitar a alguien a unirse a la diversión!

Y así, aprendieron que la amistad puede crearse y florecer cuando compartimos momentos simples, como jugar en el parque, y que siempre hay lugar para un nuevo amigo en nuestras vidas.

Desde aquel día, Sebastián nunca más fue visto solo, porque haber abierto su corazón los llevó a una aventura llena de risas que nunca olvidarían.

FIN.

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