El Gran Juego del Respeto
Era un hermoso día soleado en la escuela del barrio El Encuentro. Los niños estaban ansiosos por jugar en el patio después de la última clase. Juan, un chico muy activo y juguetón, planeaba organizar un gran juego de fútbol. Se acercó a sus amigos: Matías, Sofía y Luisa.
"Chicos, ¿quieren jugar al fútbol? ¡Va a ser genial!" - dijo Juan, emocionado.
"¡Sí!" -respondieron todos al unísono. Todos, menos Pablo, un compañero nuevo que había llegado a la escuela hacía poco tiempo. Se lo veía sentado solo en un banco, con una bola de tenis en la mano.
"¿Y Pablo?" - preguntó Luisa, señalando al nuevo.
Juan frunció el ceño. "No sé, no parece que quiera jugar con nosotros. Además, no es parte de nuestro grupo".
"Pero quizás le gustaría unirse", sugirió Sofía, preocupada por Pablo.
De repente, Juan tuvo una idea. "Voy a invitarlo. Peor no puede hacer nada."
Se acercó a Pablo, que miraba el suelo con desánimo. "Eh, Pablo, ¿querés jugar con nosotros?" - le preguntó Juan, algo dudoso.
Pablo levantó la vista, sorprendido. "¿Yo? No... yo no sé jugar tan bien. Además, no tengo amigos todavía."
Juan se sintió mal. "No importa si no sabes jugar. El fútbol es para divertirse, y podés aprender con nosotros. Vení, te enseñamos."
Pablo permaneció callado, pensando, pero al ver la sonrisa de los demás, finalmente asintió. "Está bien, trataré."
Todos se pusieron a la tarea de formar dos equipos y se lanzaron a jugar. Al principio, Pablo estaba un poco torpe, pero sus compañeros lo animaban:
"¡Vamos, Pablo! Podés hacerlo!" - gritó Matías al ver que Pablo intentaba patear la pelota.
Con cada jugada, Pablo se sentía más cómodo. Después de un rato, hizo su primer gol. "¡Lo logré!" - exclamó, saltando de felicidad. Todos lo aplaudieron y lo abrazaron.
"¡No te lo podía creer, Pablo! ¡Sos parte del equipo!" - exclamó Luisa, dándole una palmada en la espalda.
Fue entonces cuando, en medio de la alegría, Juan notó que las cosas no iban bien. Un grupo de chicos estaba burlándose de un compañero más pequeño que se había caído mientras trataba de jugar. Al ver eso, sintió un nudo en la garganta.
"¡Hey! No se burlen de él, eso no está bien" - intervino Juan.
"¿Qué te pasa, Juan? Solo es un juego" - dijo uno de los burlones.
"¡Pero el respeto es lo más importante en un juego!" - replicó Juan.
Los otros chicos miraron a Juan, confundidos.
"¿Y eso qué tiene que ver con jugar?" - preguntó uno de ellos.
"Mucho. Si no respetamos a nuestros compañeros, el juego deja de ser divertido. El fútbol se trata de aprender, ayudar y divertirse, no de reírse de otros."
Pablo, aun emocionado por su gol, se dio la vuelta. "Juan tiene razón. Todos podemos mejorar, pero necesitamos el apoyo de los demás para hacerlo."
Los chicos que se habían reído se sintieron un poco avergonzados. "Está bien, perdón, no debimos hacerlo. Vamos a ayudar a Mateo a levantarse. ¡Mateo, vení!" - gritaron.
Juan, Matías, Sofía, Luisa y Pablo se acercaron a Mateo, quien se estaba sacudiendo el polvo de su camiseta. "No te preocupes, amigo. A veces caemos, pero lo mejor es levantarse juntos" - le dijo Juan sonriente.
Después de unos minutos de risas y apoyo, todos regresaron al juego. Esta vez, el ambiente era diferente. "¡Pasala a Mateo!" - gritó Pablo cuando logró hacer la asistencia para otro gol.
Así, el juego se volvió más divertido y lleno de respeto. El grupo se unió, y el nuevo chico también se sintió parte de la aventura. Todos comprendieron que el respeto hacia los compañeros era la clave para disfrutar de los juegos y la vida en general. Al final del día, cada uno de ellos había aprendido una lección valiosa:
"Respetar a los demás no solo hace que todos se sientan bien, sino que también fortalece la amistad y crea recuerdos inolvidables."
Y así, el gran juego del respeto no solo les enseñó sobre el fútbol, sino también sobre la vida misma.
FIN.