El Gran Misterio del Árbol Sabio
Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires y yo, con mis seis años cumplidos, estaba muy emocionado. Había planeado una aventura con mamá, papá y nuestra querida mascota, Tobi, un perro juguetón con una cola que no paraba de mover.
- Vamos a hacer un picnic en el parque, ¡qué divertido! - dije mientras corría hacia la puerta.
- ¡Sí! Pero no olvides llevar la manta y los sándwiches - me recordó mamá, con una sonrisa.
Papá ayudaba a organizar todo y Tobi, saltando alrededor de nosotros, parecía querer participar en la planificación.
Al llegar al parque, buscamos un lugar encantador bajo un gran árbol. Este árbol, con su frondosa copa y un tronco robusto, parecía casi mágico.
- ¡Es enorme! - exclamé, admirando la grandeza del árbol.
- Sí, y este se llama 'El Árbol Sabio' - comentó papá - Cuenta la leyenda que quien se siente a su sombra le contará sus secretos y él le devolverá la sabiduría.
Intrigado, me acerqué al árbol y, con una gran curiosidad, le dije:
- Árbolito, ¿cómo puedo ser más sabio?
De repente, el viento comenzó a soplar fuerte y escuché un susurro:
- Escucha y observa, pequeño, el mundo tiene mucho que enseñar.
Me giré y vi a mamá y papá preparándose para el picnic mientras Tobi corría detrás de las hojas que caían.
Pasamos la tarde entre risas y juegos, pero mientras todos disfrutaban, noté algo extraño. Una ardilla estaba tratando de subir a la rama más alta del árbol, pero parecía asustada.
- Mamá, papá, miren a la ardilla - dije, señalando.
- Parece que no se atreve a subir - observó papá.
- ¿Por qué no la ayudamos? - pregunté, sintiéndome un poco triste.
- Claro que sí - respondió mamá. - A veces todos necesitamos un empujoncito.
Juntos, comenzamos a juntar algunas ramitas y hojas en el suelo para formar una pequeña montaña que la ardilla pudiera utilizar como escalón.
- ¡Vamos, ardillita! ¡Podés hacerlo! - animó papá, mientras yo también gritaba.
La ardilla se asomó, dudosa, pero finalmente comenzó a escalar nuestras 'escaleras'. Con un gran salto, logró alcanzar la rama más baja y luego, con gran habilidad, llegó a la cima del árbol.
- ¡Lo lograste! - grité, aunque nadie más lo escuchaba. La ardilla se quedó un momento en la cima, mirando hacia abajo, como si nos estuviera agradeciendo.
Tobi ladró emocionado y saltó en círculos, contagiando su alegría. Fue entonces cuando el árbol, con el viento aún soplando, pareció murmurar de nuevo:
- Sabiduría y amistad son tesoros que debes cuidar.
No entendía del todo, pero sentí que algo había cambiado dentro de mí.
- ¿Qué habrá querido decir? - pregunté en voz alta.
- A veces, ayudar a otros trae alegría a nuestras propias vidas - dijo mamá, acariciando mi cabeza. - Hoy aprendimos que, aunque seamos pequeños, nuestras acciones pueden hacer una gran diferencia.
Sonreí, sintiendo un nuevo sentido de propósito. Pasamos el resto de la tarde jugando, contando historias y disfrutando el momento en familia.
Al regresar a casa, me sentía diferente, más grande y fuerte. Ya no era solo un niño de seis años; era un pequeño héroe que había ayudado a una ardilla a encontrar su camino. Mientras me dormía esa noche, pensé en el árbol.
- Mañana volveré a visitarte - le prometí en mis sueños, emocionado por seguir aprendiendo y descubriendo el mundo a través de la sabiduría de la naturaleza y el amor de mi familia.
FIN.