El Gran Misterio del Soplamoco



En la colorida ciudad de Chirimorilla, donde las nubes parecían de algodón de azúcar y las flores danzaban al ritmo del viento, algo inesperado estaba a punto de suceder. Todo comenzó cuando un antiguo cachivache, una brillante tetera que había perdido su tapa hacía más de un siglo, decidió que era hora de salir de su rincón polvoriento. Era tan viejo que todos en la ciudad lo conocían como el Tío Cachivache.

Un día, mientras la tetera descansaba bajo un frondoso árbol, escuchó a una chinchilla roja, la más traviesa y curiosa de Chirimorilla, hablando con un grupo de amigos.

"¿Sabías que hay un soplamoco que aparece cuando hay una gran risa?" - dijo la chinchilla, moviendo su suave cola.

"¿Un soplamoco?" - preguntó su amiga la ardilla, incrédula.

"Sí, pero no es un soplamoco cualquiera. Es uno que hace volar a todos de la risa, ¡y se dice que se alimenta del buen humor!"

El Tío Cachivache, emocionado por la historia, decidió hacer algo: quería ver a ese soplamoco. Entonces, les propuso a la chinchilla y a sus amigos un concurso de chistes y risas en la plaza.

"Si quieren encontrar al soplamoco, vamos a hacer reír a Chirimorilla hasta que explote de alegría", dijo el Tío Cachivache.

Sin dudarlo, la chinchilla roja aceptó y pronto organizaron el gran evento. Todos los habitantes de Chirimorilla se reunieron, y comenzaron a contar chistes y a compartir anécdotas graciosas.

Pero algo inesperado sucedió. Cada vez que alguien contaba un chiste, una corriente de aire fresco recorría la plaza y los aplausos resonaban como el tambor de un carnaval.

"¡Mirá! ¡Es el soplamoco!" - gritó la chinchilla, apuntando al aire.

Los ciudadanos vieron cómo un pequeño remolino brillante danzaba en el aire, atrapando las risas y convirtiéndolas en burbujas de colores que rebotaban por doquier.

"Esto es mágico", dijo el Tío Cachivache mientras miraba con asombro.

Y justo cuando pensaban que la diversión no podía ser mejor, el soplamoco apareció en persona: era un ser alado, hecho de risas y burbujas.

"Gracias por liberar mi energía. ¡Nunca había sentido tantos chistes juntos!" - exclamó el soplamoco, riendo.

Los niños y adultos de Chirimorilla reían tanto que acabaron abrazados, formando una gran cadena de alegría.

"¡Siempre supe que tenía algo especial!" - dijo Tío Cachivache, sonriendo, y a partir de ese día, el viejo cachivache nunca volvió a estar triste.

Y así, en la mágica ciudad de Chirimorilla, aprendieron que la risa es un soplamoco que vuela alto, une corazones y hace brillar hasta los cachivaches más viejos. Porque, al fin y al cabo, en la vida, lo que nos hace realmente felices son las risas compartidas.

FIN.

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