El Gran Monstruo Melódico



Era un soleado día en la escuela del barrio de La Alegría. En el aula de música, los niños estaban entusiasmados por el próximo recital. Nico, Lila y Mateo estaban especialmente emocionados, porque se rumoraba que en su ciudad había un monstruo que adoraba la música. Pero, ¿quién podría ser?

- ¡Hoy practicaremos para el recital! - anunció la profe Ana con una sonrisa.

Los niños llenaron el aula de risas y melodías, alzando sus instrumentos. De repente, un fuerte estruendo interrumpió la clase.

- ¿Qué fue eso? - preguntó Mateo, con los ojos muy abiertos.

- No sé, pero suena como si alguien estuviera… ¿cantando? - sugirió Lila.

Nico empujó la puerta y, al salir, encontró a un monstruo gigante con una guitarra más grande que él. Era de color verde brillante, y su gran pelaje era suave como algodón de azúcar.

- ¡Hola! - saludó el monstruo, con una voz profunda pero amigable. - Soy Melódico, el monstruo de la música. He venido a escuchar sus ensayos.

Los niños, sorprendidos, comenzaron a reírse.

- ¡Un monstruo que ama la música! - exclamó Lila.

- ¿De verdad te gusta la música? - le preguntó Nico.

- ¡Sí! La música llena de alegría y emoción los corazones. ¿Quieres tocar conmigo? - propuso Melódico.

Los niños, emocionados, aceptaron. Uno a uno, tocaron sus instrumentos, mientras Melódico hacía armonías con su guitarra. Pero, de repente, un desafinado acorde hizo que el monstruo se detuviera.

- ¡Oh no! ¿Qué fue eso? - preguntó Melódico, con cara de preocupación.

- ¡Fue yo! - confesó Nico, con un poquito de vergüenza. - No sé tocar bien.

- No te preocupes, amigo. La música no se trata de ser perfecto, se trata de divertirse y expresarse. Vamos a tocar juntos otra vez. - dijo Melódico, dándole una palmadita en la espalda.

Los niños volvieron a tocar, esta vez riendo y disfrutando. Melódico se unió, creando una contagiosa melodía que llenó el aire. Pero de pronto, un fuerte viento sopló, haciendo que las hojas de los árboles en el patio danzaran.

- ¡Aguarden! ¿Qué pasa si el viento se lleva nuestra música? - grito Lila, asustada.

- Si perdemos nuestra música, hacemos más - respondió Mateo. - ¡No debemos dejar que nada nos detenga!

- ¡Exacto! - agregó Melódico. - Y siempre podemos improvisar una nueva canción. Es hora de ser creativos.

Así que, en lugar de rendirse, los niños comenzaron a inventar una nueva canción. Por cada nota que tocaban, el viento parecía jugar con ellos, girando y llevando la música por todo el patio. Al final, crearon una melodía única y alegre que resonó en todo el barrio. Al escucharlos, los vecinos se asomaron, aplaudiendo la emoción.

- ¡Espectacular! - gritó un vecino desde su ventana. - ¡Quiero escuchar más!

Esa fue la chispa que encendió el deseo de todos los niños: - ¡Hagamos un concierto! - gritaron al unísono.

Y así, con Melódico en el escenario, los niños prepararon un recital lleno de risas, baile y improvisaciones. La música unió a todos en la plaza, y entre aplausos y sonrisas, aprendieron que la verdadera magia de la música reside en compartirla.

- Muchas gracias, Melódico - dijo Nico. - Nos enseñaste que lo importante es disfrutar y ser nosotros mismos, sin miedo a equivocarnos.

- Recuerden, siempre hay lugar para la música en sus corazones - respondió Melódico antes de despedirse y desaparecer en una nube de notas musicales.

Desde ese día, el monstruo Melódico se convirtió en el héroe de la música en el barrio, y los niños nunca dejaron de tocar. Y así, cada vez que se sentaban a practicar, miraban al cielo en busca de una nota especial, lista para llevar su música a lugares mágicos.

FIN.

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