El Gran Negocio de Bernarda



En un pequeño pueblo de Argentina, vivía una joven llamada Bernarda, conocida por su gran ingenio y su amor por los números. Desde muy chica, Bernarda soñaba con ser empresaria y tener su propio negocio. Un día, mientras caminaba por la plaza del pueblo, encontró una antigua calculadora olvidada en un banco.

"¡Qué hallazgo! Debo cuidarla como un tesoro" - pensó Bernarda, decidida a usarla para convertir su sueño en realidad.

Se le ocurrió la brillante idea de vender alfajores, su dulce favorito. Comenzó a investigar cómo hacerlos y a practicar en su cocina, sumando ingredientes: harina, dulce de leche, chocolate y un toque especial de amor. Un día, decidió hacer su primera venta.

"Voy a poner mis alfajores en la feria del pueblo" - le dijo a su madre emocionada.

Decidida a sumar esfuerzos, Bernarda preparó una buena cantidad de alfajores y se presentó en la feria.

"¡Alfajores caseros!" - gritó alzando una bandeja llena de esos dulces deliciosos.

La primera persona que se acercó fue Doña Rosa, la señora del puesto de frutas.

"¿Cuánto cuestan, Bernarda?" - preguntó con curiosidad.

"Cada alfajor sale diez pesos, Doña Rosa" - respondió Bernarda.

Doña Rosa compró cinco alfajores y Bernarda comenzó a sumar su ganancia.

"¡Esto es genial! He vendido cinco alfajores por diez pesos cada uno, eso son cincuenta pesos. ¡Qué emocionante!" - gritó Bernarda. Se sentía como si la calculadora en su bolso supiera lo que estaba haciendo.

Sin embargo, en medio de la venta, ocurrió algo inesperado. Un fuerte viento levantó la mesa con todos los alfajores, esos dulces que había preparado con tanto cariño. A través de la confusión, varios se cayeron al suelo, y la mezcla de risas y llantos llenó el aire.

"No te preocupes, Bernarda. A veces, se gana y a veces se pierde" - la consoló Doña Rosa, mientras ayudaba a recoger lo que quedaba.

Bernarda no se dejó desanimar. Recordó lo que su abuela siempre le decía:

"En un negocio, a veces hay que restar para volver a sumar. Lo importante es aprender de cada experiencia".

Así fue como, un poco triste pero con más ganas, decidió volver a su casa. Esa noche, pensó en toda la situación. Reflexionó sobre lo ocurrido y decidió que no se rendiría. Se levantó temprano al día siguiente para hacer más alfajores.

Llamó a sus amigos y les propuso hacer una venta conjunta. Todos juntos harían más variedades de dulces y se podrían ayudar entre sí.

"¡Vamos a sumar esfuerzos!" - propuso Bernarda.

El día de la nueva venta, la feria se llenó de risas y del aroma de maravillosos alfajores.

"Estos son los alfajores de la amistad, y con cada compra, están ayudando a un amigo" - decía Bernarda con entusiasmo.

Las personas respondieron llevando los dulces a sus casas, lo que hizo que la ganancia de todos creciera. No solo vendieron más que la vez anterior, sino que también aprendieron a sumar experiencias, risas y, sobre todo, nuevos amigos.

Desde ese día, Bernarda siguió vendiendo, aprendió a manejar su negocio, a restar los costos de ingredientes y sumar sus ganancias. También, cada vez que algo no salía como esperaba, recordaba que cada tropiezo era una lección.

"Al final, todo se trata de sumar y restar, y lo mejor de todo, son las conexiones que hacemos en el camino" - decía Bernarda a sus amigos, sonriendo al ver que su pequeño sueño iba tomando forma.

Así, con determinación y creatividad, Bernarda se convirtió en la mejor vendedora de alfajores del pueblo, presentando un ejemplo para todos los niños que soñaban en grande. Y aunque ella ya había logrado su objetivo, sabía que lo más valioso eran las lecciones aprendidas a lo largo del camino: Sumar esfuerzos siempre trae dulces resultados.

FIN.

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