El Gran Partido de Alejandro
En un pequeño pueblo de la sierra de Madrid, vivía un niño llamado Alejandro. A pesar de que tenía neurofibromatosis, una enfermedad rara que afectaba su piel y algunos nervios, nada le impedía soñar en grande. Lo que más amaba en el mundo era jugar al fútbol. Cada tarde, después de hacer sus tareas, corría al parque para patear la pelota con sus amigos.
- ¡Alejandro! ¡Ven a jugar! - gritó Lucas.
- ¡Ya voy! - respondió con una sonrisa, sintiendo que la emoción le llenaba el corazón.
Un día, mientras jugaban, el profesor Roberto, el entrenador del equipo local, se acercó al grupo.
- Chicos, el próximo fin de semana tendremos un torneo de fútbol. Me gustaría que formaran un equipo.
Los ojos de Alejandro brillaron como estrellas.
- ¡Yo quiero jugar! - exclamó, levantando la mano con entusiasmo.
- Claro que sí, Alejandro. Pero el equipo necesita a todos al máximo. ¿Te sientes bien para eso? - preguntó el profesor Roberto con preocupación.
- Por supuesto, ¡soy un gran jugador! - dijo Alejandro, intentando no dejar que las dudas lo afectaran.
Los días pasaron y Alejandro se practicaba duro. Sin embargo, algunos de los chicos comenzaron a murmurar.
- ¿Por qué él? Tiene esa cosa en la piel... - susurró Juan a Lucas.
Pero Lucas respondió firme:
- No importa. Alejandro juega mejor que muchos de nosotros. ¡Es un gran futbolista!
A medida que se acercaba el día del torneo, Alejandro se sintió cada vez más ansioso. Tenía miedo de lo que dirían los demás, especialmente si cometía un error.
- ¿Y si no puedo jugar bien? - le dijo a su hermana, Sofía, que siempre lo apoyaba.
- Alejandro, lo más importante es que te diviertas. Todos amamos el fútbol porque nos une. ¡No pensés en lo demás! - le respondió ella con dulzura.
Finalmente, llegó el día del torneo. El pueblo estaba lleno de gente animando a los equipos. Alejandro, con su camiseta del equipo, se sentía un poco nervioso, pero también emocionado.
- ¡Vamos, muchachos! ¡A darlo todo! - gritó el profesor Roberto, mientras formaban el equipo en la cancha.
El primer partido comenzó, y aunque al principio Alejandro se sintió un poco fuera de lugar, pronto se olvidó de todo y comenzó a jugar.
- ¡Pase! - gritó Alejandro mientras le pasaba la pelota a su amigo. Su equipo avanzó, y él anotó un gol espectacular.
- ¡Eso es, Alejandro! - gritaban los espectadores, llenándolo de alegría.
Pero de repente, ocurrió algo inesperado. Durante el segundo partido, Alejandro resbaló y cayó al suelo, causando que la gente contuviera la respiración.
- ¡Alejandro! - gritó Sofía, corriendo hacia él.
- Estoy bien, estoy bien... - dijo él, tratando de levantarse, aunque le dolía un poco. Sin embargo, el árbitro paró el juego.
- Necesitas un momento para recuperarte - le dijo el árbitro, pero Alejandro no quería decepcionarlo.
- No, por favor... ¡puedo seguir jugando! - suplicó.
Sofía, preocupada, le murmuró al oído:
- Si necesitas descansar, no pasa nada. El fútbol es para disfrutarlo, no para forzarte. Recuerda lo que me dijiste: “Siempre es mejor jugar con alegría.”
Después de un par de minutos, logrando recuperar el aliento, decidió regresar al campo.
Al parecer, las palabras de apoyo de su hermana lo hicieron sentir fuerte. Regresó con más ganas que nunca, y el público lo aplaudió por su valentía.
El partido siguió y, a pesar de las circunstancias, Alejandro y su equipo lograron ganar el primer torneo del pueblo, recogiendo aplausos y sonrisas por todos lados.
- ¡Lo hiciste, Alejandro! - le dijeron sus amigos.
- Gracias, chicos. Pero esto no se trata sólo de ganar, ¿verdad? - respondió humildemente, mirando a su equipo.
Esa tarde, después del torneo, Alejandro comprendió que el fútbol no solo se trataba de ganar partidos, sino de amistad, perseverancia y diversión.
- ¡Quiero seguir jugando siempre! - exclamó con una sonrisa brillante, con su medalla en el pecho.
- Entonces haremos un club con todos los chicos del pueblo - dijo Lucas emocionado.
Y así, el pueblo entero celebró no solo una victoria, sino el valor y el espíritu de un niño que nunca dejó que su condición lo detuviera. Alejandro se convirtió en un ejemplo a seguir y, desde ese día, todos aprendieron que lo que realmente importa es jugar con el corazón.
FIN.