El Gran Partido de Ernesto
Era un soleado sábado en un pequeño barrio de Argentina. Los chicos estaban emocionados porque se acercaba el torneo de deportes del barrio, donde se enfrentarían en fútbol y básquet. En este lugar, todos conocían a Ernesto, un chico que siempre estaba dispuesto a ayudar y jugar con sus amigos. Era conocido no solo por su gran habilidad para el deporte, sino también por su buen corazón.
Un día, mientras todos se reunían en la plaza, Lucas, el más inquieto del grupo, dijo:
"Chicos, este año tenemos que ganar el torneo, ¡no podemos quedarnos en segundo lugar otra vez!"
"Sí, pero tenemos que entrenar mucho y trabajar en equipo", agregó Ana, la mejor jugadora de básquet.
"Yo puedo ayudar con el fútbol, ¡soy el campeón del barrio!", dijo Ernesto con una amplia sonrisa.
Todos los chicos aplaudieron y estaban listos para empezar a entrenar. Pero había un problema: su primer partido de fútbol se acercaba rápidamente, y algunos chicos nunca habían jugado juntos.
"¿Qué vamos a hacer si no sabemos cómo jugar en equipo?" preguntó Matías, un poco preocupado.
"Podemos hacer un ejercicio en el que aprendamos a pasarnos la pelota y a comunicarnos mejor", sugirió Ernesto.
"Buena idea, ¡hagámoslo!", respondió Lucas.
Así, los chicos comenzaron su entrenamiento. A medida que las horas pasaban, se dieron cuenta de que cooperar y hablar entre ellos era esencial para poder disfrutar del juego. Aunque al principio no fue fácil, empezaron a mejorar y a divertirse.
Cuando llegó el día del torneo, los nervios estaban a flor de piel.
"No tengo miedo, ¡estamos listos!", dijo Ana, tratando de animar a todos.
"Acordémonos de lo que practicamos, ¡somos un equipo!", aseguró Ernesto, convencido.
El partido comenzó y el equipo de Ernesto empezó bien. Faltando pocos minutos para el final, el marcador estaba empatado.
"¡Vamos, chicos!", gritó Lucas.
"¡No se rindan!", se unió Ana, mientras corría hacia la cancha.
Pero, de repente, el equipo rival hizo un gol. El grupo se desanimó y algunos se miraron entre sí, un poco desilusionados.
"No podemos rendirnos. Recordemos que hemos trabajado duro juntos", les recordó Ernesto.
"¡Sí! Vamos a seguir luchando hasta el último minuto!", gritó Matías.
En un último esfuerzo, se acercaron al arco rival. Con una jugada bien coordinada, pasaron la pelota entre ellos como lo habían practicado.
"¡Pásame la pelota, Ana!", gritó Ernesto.
"¡Aquí va!", respondió ella, enviándole un pase perfecto.
Con un gran tiro, Ernesto logró meter el gol del empate en el último segundo. El público estalló en vítores.
"¡Lo logramos!", gritaron todos juntos, abrazándose con alegría.
A pesar de no haber ganado, se sentían muy orgullosos de lo que habían logrado. Aprendieron que lo más importante no era solo ser el mejor, sino disfrutar juntos del juego y apoyarse entre todos.
"¿Vieron? Eso es lo que significa ser un verdadero equipo", dijo Ernesto.
Los chicos comenzaron a jugar a la pelota y disfrutar del momento. A partir de ese día, los partidos se volvieron una tradición en el barrio, y unidos se entrenaron en fútbol y básquet, compartiendo risas y aprendiendo a ser mejores amigos.
Ernesto no solo se convirtió en un gran jugador, sino también en un líder que enseñó la importancia de la amistad, el trabajo en equipo y la perseverancia. Con su ayuda, el grupo sale unido, y juntos, pueden enfrentar cualquier desafío. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!
FIN.