El Gran Partido de Gfabricio y Josafat



Era una hermosa tarde de primavera en el barrio de Los Pajaritos. Gfabricio y Josafat, dos amigos inseparables, estaban llenos de energía y listos para jugar al fútbol. Con sus pelotas bajo el brazo, salieron corriendo a la plaza, donde sabían que sus amigos los estaban esperando.

"¡Vamos, Gfabricio! No podemos llegar tarde al partido!" - gritó Josafat, con una sonrisa que iluminaba su rostro inquieto.

"¡Sí! ¡Y esta vez no les dejaremos ganar!" - respondió Gfabricio, mientras saltaba de alegría.

Al llegar a la plaza, vieron que el grupo ya estaba formando equipos. Eran seis en total, y el sol brillaba alto en el cielo.

"¡Chicos, yo soy el capitán!" - anunció uno de sus amigos, Tomás, muy seguro de sí mismo.

"Pero yo tengo la mejor jugada preparada!" - exclamó Gfabricio, sin perder su entusiasmo.

La partida empezó con mucha energía. Gfabricio y Josafat se movían de un lado a otro, tratando de hacerse con el balón. A cada instante, reían y gritaban, gritando estrategias como si de un campeonato se tratara.

Pero de repente, algo inesperado ocurrió. Mientras corrían hacia el arco, Josafat se tropezó con la pelota y cayó al suelo.

"¡Josafat, ¿estás bien? !" - preguntó Gfabricio, preocupado.

"Sí, sí, estoy bien, solo fue un tropiezo. ¡Seguí jugando!" - contestó Josafat, levantándose rápidamente.

La partida continuó, pero Gfabricio no podía dejar de pensar en el tropiezo de su amigo. Decidió que debía cuidar más de él, así que le dio un toque en el hombro.

"¡Josafat! Si ves que vas a caerte, avísame, así te cuido. ¡No quiero que te lastimes!"

"¡Claro! Pero también debes mirar al balón, a veces me distraigo cuando estoy tratando de ayudarte."

Ambos rieron y siguieron jugando. Sin embargo, al llegar al final del primer tiempo, un grupo de jugadores llegó al parque. Eran más grandes y, por su altura, parecían tener mucha más fuerza.

"¿Nos van a desafiar?" - preguntó uno de los chicos, que era el más alto.

"Sí, ¡venimos a jugar!" - respondió Tomás, un poco inseguro.

El nuevo grupo propuso un partido donde los ganadores se quedarían a jugar en la plaza, ¡y solo los mejores! Gfabricio y Josafat miraron a sus amigos. Todos parecían inseguros, pero Gfabricio tenía una idea.

"¡Escuchen! ¡Si juntos podemos jugar contra ellos, podríamos ganar! No hay que tener miedo. Vamos a usar nuestras habilidades. Lo más importante es que debemos divertirnos. ¡Es fútbol!"

"¿Y si perdemos?" - preguntó uno de sus amigos.

"Perder no es malo, ¡si aprendemos en cada jugada!" - respondió Gfabricio, decidido.

Así que, con el corazón latiendo fuerte, aceptaron el desafío. Josafat se sintió nervioso, pero estaba decidido a jugar con todo su impulso.

El segundo partido comenzó, y el nuevo grupo también estaba emocionado. Sin embargo, Gfabricio y Josafat tenían un plan: al ser más rápidos, correrían por las bandas, mientras que Tomás intentaría desviar la atención de los otros.

¡Y así fue! Corrieron, pasaron y se la pasaron gritando al mismo tiempo. Pero cuando estaban casi a punto de marcar, el jugador más alto, al que nadie había podido detener, apareció en el medio y desvió el balón.

"¡No!" - gritaron todos, pero él solo se reía.

Gfabricio miró a Josafat, y ambos decidieron actuar rápido.

"¡Vamos! ¡Ya sé lo que debemos hacer!" - dijo Gfabricio.

"¡Corré hacia el arco para que los distraiga!" - añadió Josafat, mientras se alejaba hacia la línea de gol.

Y así, en el momento más crucial, Gfabricio se lanzó hacia el jugador alto, mientras que Josafat aceleró hacia el arco. El chico alto, emocionado al ver a Gfabricio, decidió seguirlo, dejando un espacio vacío en el arco. ¡Todos los amigos gritaron!

Con una velocidad increíble, Josafat salió disparado y, de un hermoso tiro, mandó la pelota directo al arco, marcando el gol.

"¡Gool!" - gritaron todos mientras el grupo festejaba. Al finalizar, aunque el otro equipo ganó, todos se sintieron felices.

"¡Sabés que fue un gran partido! ¡Ojalá podamos jugar así todos los días!" - dijo uno de los chicos del equipo rival.

"Sí, ¡y aprendimos mucho juntos!" - agregó Gfabricio.

Felices, se pusieron a discutir lo que habían aprendido ese día: el trabajo en equipo, el ánimo de no rendirse y, sobre todo, la importancia de cuidarse los unos a los otros.

Con esa nueva experiencia, Gfabricio y Josafat regresaron a casa llenos de sonrisas, decididos a seguir jugando al fútbol y a prepararse para el próximo gran desafío, ¡que tal vez estuviera a la vuelta de la esquina! Y así, volvieron a descubrir la verdadera esencia del deporte: diversión y amistad.

FIN.

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