El Gran Partido de la Amistad
En una pequeña escuela rural, ubicada entre vastos campos y majestuosos árboles, los niños llegaban cada mañana mientras pedaleaban por senderos de tierra o caminaban desde sus hogares. La campana sonaba fuerte y clara, invitándolos a entrar a clases. A pesar de que disfrutaban de aprender, había algo que los emocionaba aún más: el fútbol.
A la hora del recreo, se organizaban equipos en la cancha de tierra detrás de la escuela. Sin embargo, no todos los niños jugaban de la misma manera. Algunos, como Lucas y Mateo, se les daba muy bien hacer goles, pero no pasaban la pelota a sus compañeros. Los demás, como Sofía y Juan, se sentían frustrados y dejados de lado.
Un día, mientras corrían detrás del balón, Sofía no pudo aguantar más y se dirigió a sus amigos. "Chicos, ¿por qué no jugamos como un verdadero equipo? ¡Si pasamos la pelota, podríamos hacer muchos más goles!" -
Lucas, con una mueca, respondió: "Pero yo soy el que más goles hace, ¿para qué necesito pasarla?" - Su actitud egoísta dejó a Sofía y a Juan desanimados.
Fue entonces cuando apareció la maestra Valentina, quien observaba desde lejos. Decidió intervenir y les propuso un desafío: "Chicos, ¿qué les parece si organizamos un torneo? El equipo que más goles haga en un partido tendrá un premio. Pero... ¡solo se permitirá anotar si todos los jugadores tocan la pelota al menos una vez!" -
Los niños se miraron, intrigados ante la idea. Acordaron con entusiasmo la nueva regla, aunque Lucas seguía algo renuente. "Está bien, pero yo haré la mayor parte del trabajo, no olviden eso" - murmuró.
Los días pasaron mientras se preparaban para el torneo. Lucas seguía anotando goles, pero se sentía solo en el campo. Sofía y Juan, junto a otros compañeros, comenzaron a practicar la comunicación. "Pasame la pelota, y yo te la devolveré cuando esté libre" - decía Juan a Sofía.
Finalmente llegó el día del torneo. La emoción era palpable. Los equipos se dividieron, y cada grupo esperaba ansioso su turno para jugar. Cuando fue el momento del equipo de Lucas, fue cuando todo cambió. Lucas recibió la pelota y se lanzó a hacer un gol. "¡Gooool!" - gritó, pero se dio cuenta de algo. "Nadie más participó..." - pensó.
Durante el segundo tiempo, los compañeros empezaron a notar su tristeza, y Sofía, en un valiente movimiento, gritó: "¡Lucas, pasala! ¡Juguemos juntos!" - Lucas dudó, pero decidió intentar la jugada. Cuando se asoció con sus compañeros, se sintió increíblemente feliz al ver cómo todos celebraban cada tanto.
El partido terminó en un emocionante empate, pero lo más importante fue que todos se sintieron parte de algo grande. La maestra Valentina se acercó a ellos y dijo: "Hoy aprendieron una gran lección sobre el trabajo en equipo. No se trata solo de ganar, sino de disfrutar y colaborar. ¡Así se puede lograr más!" -
Desde ese día, en la pequeña escuela rural, el fútbol se convirtió en un símbolo de unidad y amistad. Lucas, Mateo, Sofía y Juan siguieron jugando, pero ahora, con una nueva perspectiva. A partir de entonces, siempre se recordaban que, así como en el fútbol, en la vida también es importante trabajar juntos y apoyarse. El gran partido de la amistad había transformado su forma de jugar y, más importante aún, su forma de ser.
Así, la pequeña escuela no solo enseñó a sumar y restar, sino también a pasar la pelota y construir lazos que dure para siempre.
FIN.