El Gran Partido de la Amistad
En un pequeño pueblo llamado Futbolandia, todos los niños y niñas eran fanáticos del fútbol. Había dos equipos muy populares: los Rápidos de la Calle 5 y los Tigres de la Plaza Central. Cada equipo tenía sus propios colores y su propio grito de aliento. Sin embargo, había un problema: ¡no se llevaban bien! En cada partido, siempre había gritos y peleas entre los hinchas de ambos equipos.
Un día, mientras se preparaban para el gran partido de la temporada, los dos equipos se juntaron en la plaza. Los Rápidos llevaban sus camisetas rojas y blancas, mientras que los Tigres lucían sus colores azul y amarillo.
"¡Vamos a ganar!" - gritó Pablo, el capitán de los Rápidos.
"¡No lo creo! ¡Los Tigres somos los mejores!" - respondió Ana, la capitana de los Tigres.
La tensión era palpable.
De repente, un anciano del pueblo, Don Ernesto, se acercó con una sonrisa. Él siempre había sido un gran aficionado al fútbol y sabía cómo disfrutar del juego.
"Chicos, ¿por qué pelear? No se dan cuenta que lo más lindo del fútbol es jugar y divertirse juntos. ¿Qué pasaría si, en vez de pelear, hacemos un gran partido donde todos puedan participar?" - propuso Don Ernesto.
Los niños se miraron con desconfianza. Era una idea nueva y un poco extraña.
"Pero… ¿cómo vamos a jugar todos juntos si somos rivales?" - preguntó María, una de las Rápidos.
"Podemos formar un solo equipo y hacer que los dos colores estén en la misma camiseta. ¡Sería algo único!" - dijo Don Ernesto.
Los niños comenzaron a murmurar, intrigados por la idea. Finalmente, se pusieron de acuerdo para armar un partido amistoso y se aliaron cómo "Los Amigos del Fútbol".
La noticia del partido se esparció rápidamente por el pueblo. Todos los hinchas, antes rivales, ahora se sentaron juntos, animando a su nuevo equipo. Durante el partido, los chicos comenzaron a jugar de una manera increíble. Todos querían dar lo mejor de sí, y no había lugar para las tristezas ni las peleas. Hasta Don Ernesto se unió a la diversión, mostrando sus mejores trucos con el balón.
Al cabo de un rato, uno de los niños se cayó.
"¡Ay!" - exclamó Julián, dolido.
"¿Estás bien?" - preguntó Marcos, uno de los Tigres. Sin duda, la rivalidad había desaparecido.
"Sí, pero me ha dolido un poco" - respondió Julián, con lágrimas en los ojos.
Sin pensarlo dos veces, todos se acercaron.
"¿Necesitás ayuda?" - preguntó Ana.
"Vení, te ayudo a levantarte" - dijo Pablo, extendiendo su mano.
Después de un rato, Julián se levantó y todos lo abrazaron. Así, el ambiente se llenó de risas y alegría.
"Mirá, no importa quién gane. Lo que importa es que estamos todos juntos, jugando y divirtiéndonos. ¡Eso es lo mejor del fútbol!" - exclamó Ana.
El partido continuó y, al final, Los Amigos del Fútbol empataron. Nadie se preocupó por el resultado, porque en ese momento, todos celebraron juntos.
"¿No es genial?" - dijo Marcos, riendo.
"Sí, ¡queremos repetirlo!" - gritaron todos entusiasmados.
A partir de ese día, no solo se hicieron amigos, sino que también decidieron organizar partidos amistosos cada mes. Don Ernesto se convirtió en su entrenador especial y el pueblo comenzó a disfrutar del fútbol de una manera distinta, sin rivalidades, solo con amistad y diversión.
Y así, aprendieron que lo más importante en el deporte y en la vida es disfrutar juntos, celebrar las diferencias y estar unidos en la amistad.
FIN.