El Gran Partido de Lucas



Era una soleada tarde de sábado en el barrio de Villa Esperanza. Lucas, un niño de diez años, estaba emocionado porque había quedado con sus amigos para jugar un partido de fútbol en la cancha del barrio. "¡No puedo esperar para hacer un gol!"-, gritó mientras corría hacia el lugar de encuentro.

Cuando llegó, ahí estaban sus amigos: Tomi, Sofía y Mateo. Todos con una sonrisa y listos para jugar. "¿Quién elige los equipos?"- preguntó Sofía. "Yo soy el capitán, así que elijo a Mateo para mi equipo"-, dijo Tomi, con tono decidido.

Después de unos minutos de risas y gritos, empezaron a jugar. Lucas estaba corriendo como un rayo, esquivando a sus amigos y haciendo trucos con el balón. "¡Mirá lo que puedo hacer!"- dijo Lucas, mientras intentaba hacer una pirueta. Pero en su ansia por impresionar, no se dio cuenta que no había visto a Mateo que venía corriendo hacia él.

De repente, ¡plaf! Chocaron y Lucas cayó al suelo, con un grito de dolor. "¡Aaaay!"- exclamó. Sus amigos se acercaron rápidamente. "¿Estás bien, Lucas?"- preguntó Sofía, con preocupación.

Lucas trató de levantarse, pero al intentar mover el brazo, sintió un dolor agudo. "¡No! Creo que me lastimé!"- dijo, con lágrimas en los ojos.

Tomi y Mateo lo ayudaron a levantarse y decidieron llevarlo a la casa de Lucas. Su mamá lo recibió con un abrazo. "¿Qué pasó, cielo?"- preguntó ella, alarmada. "Me caí jugando al fútbol y me duele mucho el brazo"-, respondió Lucas, mostrando su brazo inmovilizado.

La mamá de Lucas lo llevó al hospital, donde un médico amable le dijo que tenía el brazo roto y que necesitaría usar una yeso. "¡Pero no puedo jugar por un tiempo!"-, se quejó Lucas, decepcionado.

"No te preocupes, Lucas. A veces las cosas no salen como uno quiere, pero esto también pasará. Puedes divertirte de otras formas mientras sanas,"- le dijo el médico, sonriendo.

Durante las siguientes semanas, Lucas se sintió triste al no poder jugar al fútbol. Sin embargo, su mamá le trajo libros para leer y un set de manualidades. "¡Mirá, puedo hacer tarjetas y dibujar!"- dijo Lucas, intentando animarse.

Poco a poco, descubrió que podía divertirse haciendo cosas diferentes y tuvo la oportunidad de hacer algo nuevo. "¡Mirá lo que hice!"- mostró a sus amigos una tarjeta hecha con mucho amor.

Un día, mientras estaba con sus amigos en la casa, Sofía dijo: "¿Por qué no hacemos un concurso de tarjetas?"- La idea le entusiasmó a Lucas. "¡Sí!"- exclamó. Juntos pasaron las tardes creando tarjetas y compitiendo por ver quién hacía la más creativa.

Finalmente, llegó el día en que Lucas pudo quitarse el yeso. Estaba ansioso por volver a la cancha. "¡Voy a hacer un gol, se las debo a mis amigos!"- gritó Lucas mientras llegaba a la cancha.

Al llegar, sus amigos lo recibieron con alegría. "¡Lucas! ¡Qué bueno verte de vuelta!"- decían mientras le chocaban la mano. "Estoy listo para el partido. Ahora seré el mejor jugador que haya habido!"- respondió él, seguro de sí mismo.

El partido comenzó, y aunque al principio tuvo un poco de miedo, pronto se olvidó del daño y se lanzó a jugar. Con más estrategia que nunca y recordando las lecciones aprendidas con sus tarjetas, Lucas se convirtió en una pieza clave del equipo.

Eso no solo lo llenó de felicidad, sino que también le dio una enseñanza importante sobre la resiliencia. "Las caídas son parte del juego, pero siempre puedo levantarme y seguir jugando"-, pensó Lucas mientras anotaba su primer gol después de la recuperación.

Los aplausos de sus amigos resonaron en la cancha y Lucas sonrió feliz, no solo por el gol, sino por todo lo aprendido en esos días de reposo. "¡Gracias, chicos! Esto fue una gran experiencia para mí"- dijo emocionado.

FIN.

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