El Gran Partido de Mariana y Sol
Era un hermoso día de primavera en el barrio La Esperanza. Las flores florecían, el sol brillaba como un gran balón de fútbol en el cielo y los niños jugaban en la plaza. Entre ellos estaba Mariana, una niña de ocho años que adoraba el fútbol. Siempre soñaba con jugar en un gran equipo, pero a veces se sentía un poco insegura de si podía hacerlo.
Un día, mientras Mariana practicaba sus tiros contra la pared de la escuela, un simpático perrito apareció corriendo a su lado. Tenía un collar azul y una energía contagiosa. Mariana se agachó y le acarició la cabeza.
- “¡Hola, amiguito! ¿Te gustaría jugar fútbol conmigo? ” - dijo Mariana.
El perrito movió la cola como si entendiera perfectamente. Mariana le lanzó la pelota y él corrió detrás de ella con una rapidez impresionante.
- “¡Vas a ser mi compañero de equipo! ” - rió Mariana mientras observaba cómo el perrito se mostraba ágil y divertido.
A medida que pasaban los días, Mariana y el perrito, al que decidió llamar Sol, practicaban todos los días después de la escuela. Mariana mejoraba en sus tiros y habilidades, y Sol se convirtió en su mejor amigo.
Un día, mientras jugaban, se le acercó un grupo de chicos de un club local de fútbol.
- “¿Querés unirte a nuestro equipo, Mariana? ” - le dijo uno de ellos, que se llamaba Lucas.
Mariana se sintió emocionada, pero también insegura.
- “No sé... ¿y si no soy buena suficiente? ” - respondió Mariana con un toque de duda.
- “No te preocupes. ¡Lo importante es divertirse y aprender! Y quizás tu perrito puede venir también. ¡Mirá qué rápido corre! ” - respondió Lucas, sonriendo.
Mariana pensó en Sol y se sintió un poco más segura. Así que aceptó la invitación y comenzó a entrenar con el equipo. Al principio, los chicos la ayudaron a aprender las tácticas y a coordinar mejor sus movimientos. Sol se quedaba en la línea de banda, ladrando alegremente mientras su dueña jugaba.
Sin embargo, a medida que avanzaban las prácticas, Mariana se dio cuenta de que otros chicos eran muy competitivos. En una de las reuniones, un niño llamado Julián la menospreció.
- “¿Para qué viniste? ¿No te das cuenta que las chicas no juegan bien al fútbol? ” - se burló.
Mariana se sintió herida y pensó en dejar el equipo, pero Sol se acercó y le dio un suave empujón con su cabeza, como si le dijera que todo iba a estar bien.
Un día, el equipo tuvo que organizar un partido amistoso, y Mariana tuvo la oportunidad de demostrar todo lo que había aprendido. En lugar de rendirse, decidió concentrarse y dar lo mejor de sí. Sol estaba ahí, mirando desde la banda con sus ojos llenos de apoyo.
Durante el partido, Mariana se sintió insegura al principio, pero recordó las palabras de Lucas y su propio sueño. Luego de un pase fallido, en vez de desanimarse, respiró hondo y se centró en el juego. Finalmente, logró un pase perfecto a uno de sus compañeros, que anotó un gol increíble.
- “¡Eso es! ¡Bien hecho, Mariana! ” - gritó Lucas, emocionado.
Los demás niños comenzaron a mirar a Mariana con respeto. Al final del partido, su equipo ganó, pero lo más importante para Mariana fue darse cuenta de que jugó con el corazón y demostró que podía hacerlo.
- “Lo hiciste genial hoy. ¡Sos parte de nuestro equipo! ” - le dijo Julián, antes de que ella se fuera.
Mariana sonrió, sintiéndose más segura. Sabía que todos podían jugar, sin importar su género. Sol ladró felizmente, como si entendiera que su dueña había encontrado su lugar en el equipo.
Desde entonces, Mariana siguió jugando al fútbol con sus amigos, siempre acompañada de Sol, quien se convirtió en la mascota oficial del equipo. Juntos demostraron que la amistad y el esfuerzo son la clave para alcanzar nuestros sueños, y que siempre hay un lugar para divertirse y disfrutar del juego. Al final, no importa si se gana o se pierde, lo que cuenta es dar lo mejor de uno mismo y disfrutar del camino acompañado.
FIN.