El Gran Partido de Nochebuena
Era Nochebuena en el barrio de La Esperanza, y todos los chicos estaban emocionados. Las luces de colores adornaban cada casa y el aroma de las galletitas recién horneadas se sentía en el aire. Pero lo que más emocionaba a los chicos era el gran partido de baloncesto que tenían planeado para esa noche.
"- Hoy, ¡seremos campeones!" gritó Tomi, lanzando un balón al aire mientras corría hacia la cancha.
"- Claro, pero solo si todos jugamos juntos!" respondió Sofía, con una gran sonrisa.
El juego comenzaba a las siete, y los niños se habían dividido en dos equipos: los Estrellas de Nochebuena y los Renos Voladores. Cada uno tenía esperanza de ganar el trofeo especial que el abuelo Vicente había hecho: una hermosa estrella de cartón dorado.
"- Vamos, chicos, practiquemos un poco antes del juego!" dijo Mauro, el más alto del grupo. Se lanzaron balones, hicieron tiros a canasta y se reían. Sin embargo, justo cuando estaban a punto de comenzar el partido, el grupo se dio cuenta de que les faltaba un jugador.
"- ¿Dónde está Luisa?" preguntó Sofía, preocupada.
Todos miraron a su alrededor y no había rastro de ella. "- Quizás se quedó en casa porque está lloviendo un poco," dijo Tomi.
"- No podemos jugar sin Luisa, ella es la mejor en el equipo!" insistió Mauro.
Decidieron ir a buscarla. Corrieron por las calles lluviosas, con la esperanza de encontrarla. Después de varios intentos, finalmente llegaron a la casa de Luisa.
"- ¡Luisa!" llamaron casi al mismo tiempo. Ella asomó la cabeza por la ventana.
"- ¡Hola, chicos! Estaba ayudando a mi mamá con los preparativos de la cena..." dijo Luisa, algo triste.
"- Pero necesitamos que juegues con nosotros en el partido! Sin ti, no somos lo mismo," dijo Sofía, tratando de alentarlo.
Luisa dudó un momento, pero luego se sintió impulsada por la energía de sus amigos. "- ¡Está bien, me cambio rápido y voy!"
Al llegar a la cancha, los dos equipos estaban listos, pero había un problema: el campo de juego estaba inundado.
"- Es imposible jugar así, chicos," gritó Mauro, decepcionado.
De repente, el abuelo Vicente apareció con una idea. “- ¿Y si jugamos en la calle? ¡Podemos tener un partido de baloncesto improvisto bajo las luces de Navidad!"
Los ojos de los niños brillaron ante esa propuesta. Todo el mundo se movió y organizaron las cosas rápidamente. Sacaron una canasta portátil que el abuelo había hecho y colocaron un papel en el suelo para marcar la línea de tiro.
Ya listos para empezar, el abuelo se puso al mando. "- Chicos, recuerden que aquí lo importante no es ganar, sino divertirnos y jugar como un equipo."
Pasaron unos minutos y la energía entre ellos era contagiosa: risas, caídas y muchos tiros en falso. Pero de repente, cuando el marcador estaba empatado, Mauro se fue a dar un gran salto para realizar la canasta definitiva.
"- ¡Mauro, cuidado!" gritaron todos.
En ese momento, Mauro perdió el equilibrio y cayó al suelo. Pero no se dio por vencido. Rápidamente se levantó, sonriendo con entusiasmo. "- ¡Estoy bien! Solo me hace falta practicar más en el suelo. ¡Vengan, sigamos!"
El partido se intensificaba, los chicos no solo jugaban por la estrella dorada, sino que comenzaron a disfrutar cada momento de juego.
Finalmente, la cuenta regresiva dio lugar a un emocionante estallido de alegría. Cuando el pitido sonó, todos estaban peleando punto a punto. La última canasta era decisiva.
"- ¡Tiro yo!" dijo Luisa. Con determinación, lanzó el balón hacia la canasta. En un giro del destino, el balón rebotó y salió disparado hacia una de las casas, ¡justo hacia la puerta de un nuevo vecino!
Todos los chicos se quedaron en silencio. Pero el nuevo vecino, un anciano amable llamado Don Ernesto, salió con una gran sonrisa.
"- No se preocupen, yo me encargué de la pelota," dijo Don Ernesto, lanzando el balón de vuelta.
Los chicos reían y no lo podían creer. “- ¡Gracias, vecino!" dijeron.
Aprovechando la ocasión, Don Ernesto se unió a ellos. "- ¿Y qué tal si jugamos juntos un rato?"
Así, terminaron todos riendo y jugando. La competencia en el partido ahora se volvió secundaria, y lo que realmente importaba era la amistad y la diversión que compartían esos valiosos momentos.
Cuando el cielo se tiñó con estrellas, al finalizar el partido, el abuelo Vicente sonrió y dijo: "- ¡Ustedes se merecen esta estrella, porque esta Nochebuena, lo único que realmente importa es que jugaron como un equipo!"
Con sus corazones llenos de alegría, los chicos se abrazaron y posaron para una foto con su trofeo improvisado. Esa Nochebuena, lo que había comenzado como un simple partido de baloncesto, se convirtió en un recuerdo inolvidable, donde la verdadera victoria fue la unión entre amigos.
FIN.