El Gran Partido del Patio



Era una tarde de sol radiante en el barrio de los Pequeñitos. El patio de la escuela se llenó de risas y gritos cuando un grupo de niños se reunió para jugar a la pelota. Entre ellos estaba Lucas, el más pequeño y nuevo en la escuela, que miraba con ojos curiosos desde un rincón.

"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Lucas tímidamente.

Los otros niños se miraron entre sí, dudando un momento.

"Claro, pero ¡tenés que correrte más rápido!" - dijo Sofía, la más habilidosa del grupo, con una sonrisa.

Así, Lucas se unió al juego, tratando de seguir el ritmo. Sin embargo, cada vez que corría, se caía y se ensuciaba. A pesar de esto, no se dio por vencido.

"No se preocupen, puedo mejorar. ¡Solo necesito practicar!" - exclamó Lucas, levantándose con determinación.

Los chicos lo animaron.

"¡Vamos, Lucas!" - gritó Tomás, que había sido el primero en invitarlo.

Con cada caída, Lucas se levantaba más decidido a jugar mejor. Al final de la tarde, había conseguido hacer un par de buenos pases y hasta una atajada. Aunque no siempre le salían bien, lo intentaba una y otra vez hasta que logró sumar algunos puntos para su equipo.

"¡Bien hecho, Lucas! ¡Sos parte del equipo!" - festejaron los demás, dándole palmaditas en la espalda.

Sin embargo, al siguiente día, un nuevo niño, Juan, llegó al patio. Dijo que era el mejor jugador de fútbol y que no podía haber nadie que lo superara. Los demás quedaron impactados.

"¿Qué te hace pensar que sos el mejor?" - le cuestionó Sofía, un poco desafiante.

"Un desafío. El que pierda debe ir a buscar las galletitas de la tienda. ¿Qué dicen?" - desafió Juan, confiado.

Los chicos se miraron inseguros, pero pronto decidieron aceptar el reto. Lucas sintió un nerviosismo crecer en su interior. No quería quedar mal frente a los otros.

El día del desafío llegó y todos estaban muy ansiosos. Los padres empezaron a traer helados y un buen público se formó alrededor. El partido comenzó y las cosas no iban bien para el equipo de Lucas. Juan, con su gran habilidad, comenzó a marcar goles uno tras otro. 

"¡Esto es fácil!" - gritó Juan riendo y el público se emocionaba por sus jugadas.

Sofía y Tomás miraron a Lucas.

"No te preocupes, Lucas. Hay que no rendirse. ¡Todavía queda tiempo!" - lo animaron.

Con una chispa de esperanza, Lucas empezó a recordar los consejos que había escuchado esa semana.

"Más que ganar o perder, lo importante es disfrutar del juego y trabajar en equipo" - pensó. Entonces, decidió hablar.

"Chicos, juguemos como un equipo. Necesitamos pasarnos la pelota y apoyarnos. ¡Así podremos hacer un buen juego!" - dijo con firmeza.

Todos asintieron y se pusieron a trabajar juntos. Lucas comenzó a pasarle la pelota a Sofía, quien se la devolvió a Tomás. Así, lograron realizar una jugada estupenda que finalizó en un gol.

El patio estalló en aplausos.

"¡Lo logramos!" - gritaron emocionados.

El juego continuó y el equipo de Lucas comenzó a tener más confianza. Con cada gol marcado, las sonrisas se ampliaban. No solo estaban marcando goles, sino también creando una amistad sólida y divertida. La competencia se convirtió en una fiesta de sonrisas y alegría.

Cuando al final del tiempo el árbitro sonó el silbato, ¡el juego terminó empatado! Todos estaban exhaustos pero felices.

"No importa quién haya ganado, lo importante es cómo jugamos juntos" - dijo Lucas con una gran sonrisa.

Juan, al escuchar esto, se detuvo un momento y se sonrojó.

"Sí, tenés razón, Lucas. Nunca pensé que podría ser tan divertido jugar en equipo. ¡Ustedes son un gran grupo!" - admitió, extendiendo la mano para chocar los cinco.

Y así fue como el patio pasó a ser un lugar no solo de juego, sino también de inclusión, amistad y desarrollo.

Desde ese día, todos se convirtieron en amigos y aprendieron a jugar juntos, usando pasajes, risas y encima, compartiendo galletitas que siempre traía Lucas por el desafío olvidado, porque lo más valioso significa siempre disfrutar el juego.

FIN.

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