El Gran Partido en el Patio Pequeño



Era un día soleado en la Escuela Rural 47, un lugar donde cinco niños y una maestra hacían magia todos los días. Pero hoy, a los chicos no les importaba la magia; estaban muy enojados.

"No es justo, siempre quisimos jugar al fútbol y hoy no podemos por culpa de este patio tan pequeño!" se quejaba Mateo, pateando una piedra.

"¡Sí! ¡El patio es chiquito y solo hay lugar para dos!" agregó Lola, cruzando los brazos con frustración.

"Miren, es un día hermoso y deberíamos disfrutar, no estar enojados. ¿Por qué no pensamos en otra cosa?" sugirió Juan, que siempre fue más optimista.

"¿Y qué otra cosa podemos hacer? ¡Nada será tan divertido como el fútbol!" replicó Tomás, mientras se sentaba en el suelo.

Fue entonces que Valentina, la más creativa de los cinco, tuvo una idea brillante. "¿Y si hacemos un mini torneo de fútbol con las cosas que tenemos? Podemos utilizar el espacio del patio, y aunque sea pequeño, podemos jugar en equipos reducidos".

"Eso podría funcionar...", dijo Mateo, algo más animado. "Podemos usar las mochilas como porterías y jugar un partido para ver quién es el campeón del patio".

Los niños se miraron entre sí, y poco a poco la idea comenzó a tomar forma. "¡Sí! ¡Hagamos eso!" exclamó Juan.

Así fue como, con poco espacio y mucha imaginación, los chicos comenzaron a organizar su torneo. Primero, definieron los equipos: Mateo y Lola formaron una dupla, mientras que Juan, Tomás y Valentina se pusieron en el otro equipo. La profesora Carla, que observaba con una sonrisa, les ofreció un silbato viejo que tenía en su escritorio. "Esto ¡le dará emoción al juego!" dijo.

Los chicos se dividieron, prepararon el campo de juego e hilaron todo tipo de reglas. Contaron los goles con gritos, y dieron vueltas y saltos, disfrutando del momento. Aunque el terreno era pequeño, su entusiasmo llenaba el aire.

A medida que el partido avanzaba, comenzaron a aparecer otros desafíos que no habían anticipado. "¡Opa! ¡Cuidado!" gritó Tomás cuando la pelota rebotó en la pared y se fue hacia el almuerzo que dejaban en un rincón.

Se rieron mucho. "Ah, ahora estamos jugando al fútbol y a la vida al mismo tiempo", dijo Lola entre risas.

Cada vez que un jugador hacía un gol, sus compañeros lo festejaban con aplausos y bailes extravagantes. El patio, aunque pequeño, vibraba con su energía y risas. La maestra Carla, que también se había sumado a animar el partido, sorprendió a todos cuando decidió que un gol desde el lado contrario contaba doble.

El partido terminó con un empate, pero no importaba. Se dieron cuenta de que lo más divertido había sido inventar el juego juntos.

"Hoy fue el mejor día, no deberíamos estar enojados nunca más por lo que no tenemos" reflexionó Valentina.

"Sí, con un poquito de creatividad, podemos divertirnos sin importar el espacio" concluyó Juan, mientras empezaban a recoger las mochilas.

Cuando regresaron al aula, llenos de sueños e ideas, la maestra Carla les preguntó: "¿Qué aprendieron hoy?".

"La diversión no depende del espacio, sino de lo que hacemos nosotros con lo que tenemos" dijo Tomás con una sonrisa.

"¡Exactamente!" dijo la profesora. "Siempre habrá maneras de jugar y disfrutar si tenemos imaginación y estamos juntos".

Desde entonces, cada vez que se sentían frustrados por el espacio del patio, los cinco recordaban el gran partido que habían creado y se esforzaban por encontrar nuevas formas de jugar. Fue una lección que armaron a patadas y risas, pero que nunca olvidarían.

FIN.

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