El Gran Picnic de la Amistad



Un grupo de amigos de la escuela, compuesto por Ana, Tomás, Lía y Gonzalo, decidió organizar un picnic en el parque. Desde hacía semanas, estaban esperando este día especial, prometiéndose que sería el mejor picnic del mundo. Cada uno se encargó de preparar algo rico para compartir.

"Yo voy a traer sándwiches de mermelada de frutilla", dijo Ana, llena de emoción.

"Y yo voy a llevar galletitas de chocolate!", agregó Tomás.

"No se olviden de las frutas. Yo traeré manzanas y unos ricos jugos", intervino Lía con una gran sonrisa.

"Yo puedo llevar la manta para sentarnos y también unos juegos de mesa", propuso Gonzalo, imaginando ya lo bien que la pasarían.

El día del picnic llegó y todo marchó de maravillas… hasta que empezaron a llover unas gotas.

"¡No puede ser!", exclamó Ana, mirando al cielo nublado.

"No te preocupes, podemos jugar bajo la lluvia!", dijo Tomás con entusiasmo.

"Pero la comida...", respondió Lía con preocupación.

"¡Cambiemos de idea!", sugirió Gonzalo. "Hagamos un picnic en mi casa. Tengo un gran salón donde podemos jugar y comer tranquilos".

Así fue como los amigos se trasladaron a casa de Gonzalo. Al llegar, se dieron cuenta de que había un problema: la sala estaba desordenada porque su hermano mayor había dejado todo tirado.

"¿Y ahora qué hacemos?", preguntó Lía un poco decepcionada.

"Yo puedo ayudar a organizarlo", dijo Tomás con ganas.

"¡Y yo también!", agregó Ana.

"¡Yo también!", exclamó Gonzalo, muy emocionado por la idea de que todos colaboraran.

Así comenzaron a recoger y limpiar, y mientras trabajaban juntos, empezaron a inventar juegos. Una vez que todo estuvo ordenado, montaron la manta en el suelo y sacaron la comida. ¡Era hora de comer!"¡Qué rico huele todo!", dijo Lía mientras servía los jugos.

"Vamos a hacer un brindis por la amistad", sugirió Gonzalo.

"¡Sí!", gritaron todos juntos.

La lluvia seguía afuera, pero los cuatro amigos estaban felices dentro de la casa, disfrutando de su picnic especial. Pero todavía faltaba algo para que la diversión se maximizará.

"¿Qué les parece si contamos historias mientras comemos?", propuso Ana.

"¡Me encanta la idea! Yo tengo una historia que contar", dijo Tomás, ansioso.

"Yo tengo una de un libro que leí", agregó Lía.

"Y yo tengo una inventada", terminó Gonzalo emocionado.

Así, se turnaron para hablar, llenando la sala de risas y aplausos. A medida que pasaba la tarde, no solo disfrutaron de la comida, sino que también fortalecieron su amistad a través de las historias.

De repente, se escuchó un fuerte trueno y todos se miraron con sorpresa.

"¡Vamos afuera!", gritó Gonzalo, emocionado por la posibilidad de observar la lluvia.

Los amigos corrieron hacia el balcón y desde ahí pudieron ver cómo las gotas caían con fuerza, formando charcos en el suelo.

"Mirá, ¡se formaron ríos!", dijo Lía, señalando con los dedos.

"¡Sería genial poner nuestros barcos de papel!", sugirió Ana con entusiasmo.

Así que, emocionados, decidieron hacer sus barquitos de papel; cada uno personalizó el suyo. La lluvia continuaba, y eso les dio más ganas de jugar.

Mientras lanzaban sus barcos, comenzaron a ver cómo se aventuraban en los ríos que había formado la lluvia.

"¡Qué divertidos!", se reían todos mientras competían a ver qué barquito llegaba primero al final del charco.

Pasaron toda la tarde riendo, recordando la importancia de la amistad y la creatividad. Aunque el picnic original había sido cambiado, terminaron disfrutando más de lo que habían imaginado.

Cuando finalmente el sol empezó a salir nuevamente, se dieron cuenta de que habían aprendido algo importante: las circunstancias pueden cambiar, pero lo que importa es que siempre se puede encontrar una manera de divertirse y estar juntos.

"¡Quedó increíble!", dijo Lía sonriendo.

"Este fue el mejor día de todos", agregó Tomás.

"¡A seguir haciendo más picnics!", exclamó Gonzalo, lleno de alegría.

"Y a recordar que siempre podemos adaptarnos!", concluyó Ana con una gran sonrisa.

Y así, la lluvia se convirtió en la mejor parte de su gran día. Siempre recordarían que no importaba cuán desastrado se viera al principio; la amistad y la creatividad siempre podían llevar a infinitas aventuras.

FIN.

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