El Gran Salto de Elis



En un bosque lleno de flores de colores brillantes y árboles altos que parecían tocar el cielo, vivía una pequeña erizo llamada Elis. Ela era muy curiosa, pero también un poco miedosa. Cada vez que observaba a sus amigos jugando y explorando, una cosita en su pancita le decía que era mejor quedarse en casa.

Un día soleado, mientras Elis estaba en su cueva, escuchó a sus papás hablando sobre una gran aventura que tenían planeada.

"Vamos a explorar el Gran Claro", dijo su papá.

"Allí hay flores gigantes y un lago que brilla como el oro", agregó su mamá.

Elis se sintió emocionada pero, al mismo tiempo, un pequeño nudo se formó en su estómago.

"¿Y si me caigo? ¿Y si me pierdo? No quiero salir", murmuró Elis.

Sus papás, al escucharla, se acercaron con sonrisas.

"Elis, querida", dijo su mamá, suavemente. "Todos tenemos miedo a veces, pero ser valiente significa hacer cosas a pesar del miedo. ¿No te gustaría ver las flores gigantes?"

"Y aprender a saltar en las charcas", añadió su papá. "Te prometemos que estaremos contigo todo el tiempo."

Un poco más tranquila, Elis pensó en las flores y en la idea de saltar.

"Está bien, iré", decidió finalmente, tratando de sonar más valiente de lo que realmente sentía.

Así que comenzó la aventura. Mientras caminaban por el bosque, Elis veía cosas nuevas: mariposas de todos los colores, pájaros cantando hermosas melodías, e incluso un río que chispeaba bajo la luz del sol. Sin embargo, cada vez que oía un ruido fuerte o veía algo moverse, se encogía un poco.

"Recuerda, Elis", le decía su mamá, "es solo el sonido del viento o un animal pequeño. No hay nada de qué preocuparse."

Finalmente, llegaron al Gran Claro. Cuando Elis vio las flores gigantes, su corazón dio un saltito.

"¡Wow! ¡Son hermosas!", exclamó.

En medio del asombro, su papá la llevó hacia un pequeño estanque.

"Mira, Elis, hay charcas perfectas para saltar. Puedes intentarlo, yo estaré aquí para ayudarte a levantarte si te caes."

Elis sintió que su corazón latía más rápido.

"Pero, ¿y si me caigo?"

"Así aprendes, querida", le animó su mamá. "Cada salto es una nueva oportunidad."

Con un profundo suspiro, Elis se paró al borde de la charca y miró a sus papás que la sonreían. Cerró los ojos y, juntando todo su valor, dio un salto. Y ¡Splash! Cayó en el agua. En un instante, se sintió muy asustada, pero cuando salió, sus papás la estaban aclamando.

"¡Bien hecho, Elis!" gritó su papá, mientras su mamá la abrazaba fuerte.

"Lo lograste! Ahora ya no necesitas miedo para saltar," le dijo su mamá. "Mira, ya has hecho tu primer gran salto. ¿Por qué no intentar otro?"

Elis sonrió, ya no sentía los miedos de antes. A medida que saltaba de nuevo, se dio cuenta de que cada salto se hacía más fácil y divertido.

"¡Miren! ¡Soy una campeona del salto!" gritó, mientras su risa resonaba entre las flores.

Cuando llegó la hora de volver a casa, Elis se sintió feliz y llena de energía.

"Gracias por ayudarme a ser valiente", les dijo a sus papás.

"Hoy descubrí que puedo hacer muchas cosas si solo me atrevo a intentar."

Desde ese día, Elis siguió creando nuevas aventuras: explorando los rincones del bosque, saltando en charcas y haciendo nuevos amigos. Ya no era solo una pequeña erizo asustada, era una aventurera lista para descubrir el mundo.

Y así, con cada salto, Elis aprendió que ser valiente no significa no tener miedo, sino enfrentarlo y disfrutar del viaje. Y de esta manera, Elis se convirtió en un símbolo de valor en el bosque, animando a otros a dar sus propios saltos, grandes o pequeños, en sus propias aventuras.

FIN.

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