El gran salto de Rayo, el conejo
En un tranquilo bosque de la Argentina, vivía un pequeño conejo llamado Rayo. Era conocido por su pelaje suave y blanco como la nieve y sus enormes orejas que parecían antenas. Aunque era rápido, había algo que lo inquietaba: siempre se sentía un poco inseguro sobre su capacidad para saltar tan alto como los demás conejos.
Un día, mientras Rayo exploraba una parte del bosque, escuchó una conversación entre dos ardillas. Las ardillas hablaban sobre la Gran Competencia de Saltos que se celebraría en el claro del bosque. Rayo se emocionó al oírlo.
"¡Me encantaría participar!" - pensó Rayo, pero enseguida lo invadió la duda. "No creo que pueda saltar tan alto como los demás…" - susurró para sí mismo.
Sin embargo, su curiosidad pudo más que su miedo y decidió ir al claro a ver la competencia. Al llegar, vio a otros conejos, ardillas, y hasta un par de pájaros practicando saltos increíbles.
"¡Mira a ese conejo, salta como un campeón!" - comentó una ardilla.
"¡Yo nunca podré hacer eso!" - pensó Rayo mientras observaba.
Pero había algo en el aire. Todos los participantes estaban nerviosos, se escuchaban sus risas y buenos deseos. Rayo se dio cuenta de que había algo importante: todos estaban apoyándose unos a otros.
Decidido a no dejar que su miedo lo detuviera, Rayo se acercó a otros conejos y decidió practicar un poco.
"Hola, soy Rayo, ¿puedo unirme a ustedes?" - preguntó tímidamente.
"¡Claro que sí!" - exclamó uno de los conejos, "Podemos ayudarte a mejorar tu salto."
Y así, bajo la atenta mirada de sus nuevos amigos, Rayo comenzó a practicar. Saltó y saltó, y aunque al principio apenas lograba despegar del suelo, no se dio por vencido. Cada intentona lo hacía sentir un poquito más fuerte y valiente.
"¡Muy bien, Rayo, lo estás haciendo!" - gritaba uno de los conejos mientras aplaudía con sus patas.
"¡Sigue así!" - agregaba la ardilla más pequeña, moviendo su cola con entusiasmo.
Con cada salto, Rayo aprendió algo importante: la práctica y el apoyo de amigos son esenciales para superar los miedos. El día de la competencia llegó, y aunque su corazón latía fuertemente, sabía que estaba listo.
Cuando su turno llegó, Rayo se concentró y respiró hondo. Recordó todos esos momentos de práctica y la energía de sus amigos. Salió corriendo y saltó con todas sus fuerzas.
"¡Vamos, Rayo!" - gritaban los espectadores, llenando el aire con ánimos.
Y sorprendió a todos, no solo saltando más alto de lo que jamás imaginó, sino aterrizando en una posición perfecta. El claro estalló en aplausos.
Aunque Rayo no ganó el primer lugar, se sintió como un verdadero campeón. Aprendió que no necesitaba ser el mejor para ser valioso. Al final de la competencia, todos los animales se reunieron para felicitarlo.
"¡Hiciste un salto increíble, Rayo!" - le dijo una ardilla mientras le daba una palmadita en la espalda.
"Sí, fue genial!" - agregó otro conejo.
Rayo sonrió y sintió que ya no tenía dudas; había logrado lo que se propuso. Regresó a casa con su corazón lleno de alegría y una gran lección aprendida: con esfuerzo y el apoyo de amigos, cualquier cosa es posible. Y desde aquel día, Rayo, el conejo, siempre recordaría que las metas se alcanzan un salto a la vez.
FIN.