El Gran Sueño de Leo
Era un día soleado en el barrio de Leo, un niño de diez años que soñaba con jugar al fútbol. Sin embargo, había algo que lo detenía: su inseguridad por ser un poquito más bajo que sus amigos. A veces se sentía como si el campo de juego fuera muy grande para él.
Una tarde, mientras practicaba solo en el parque con una pelota vieja, sus amigos comenzaron a llegar para jugar un partido. Leo los observaba desde lejos, sintiendo un nudo en el pecho. Por fin, uno de ellos, Tobi, se acercó.
"¡Leo! ¿Vas a jugar? ¡Te necesitamos!" - le gritó emocionado.
"No sé... soy muy chiquito para jugar en el equipo" - respondió Leo avergonzado.
Tobi lo miró y dijo:
"¡Eso no importa! Lo importante es disfrutar el juego y ser parte del equipo."
Pero aún así, Leo seguía dudando.
Mientras tanto, la abuela de Leo, que siempre lo alentaba, lo observaba desde la ventana. Decidió salir a hablar con él.
"Leo, cariño, ¿por qué no te unes a tus amigos?" - le preguntó con una sonrisa amorosa.
"Abuela, soy muy bajo. ¿Y si me eligen el último?" - contestó Leo, mordiéndose el labio.
"Siempre hay un lugar para los que tienen pasión. Recuerda lo fuerte que eres cuando te diviertes", le dijo ella, guiñándole un ojo.
Con esas palabras, Leo decidió intentarlo. Se unió al juego y, aunque fue elegido entre los últimos, se sintió bien al correr detrás de la pelota. Para su sorpresa, pronto se dio cuenta de que su baja estatura le permitía deslizarse entre las piernas de los jugadores más altos.
Al finalizar el primer tiempo, Leo había logrado hacer un gol, algo que jamás imaginó. Todos lo vitorearon y le gritaron:
"¡Bien, Leo! ¡Sos increíble!"
Con cada partido, Leo se volvió más seguro y comenzó a disfrutar del fútbol, no importando que fuera bajito. Hacía pases excepcionales y conocía cada rincón del campo. Pero un día, mientras estaban por jugar una gran final, se dio cuenta de que se había olvidado de su camiseta de juego.
"No puedo jugar sin mi camiseta. Creo que es señal de que no debo jugar" - dijo, cabizbajo.
"No te preocupes, Leo. Lo más importante es tu corazón y tus ganas de jugar. El resto viene por añadidura" - lo alentó su amigo Tobi.
Recuperando su ánimo, Leo decidió jugar de todos modos. Durante el partido, se encontró en el momento más crítico: el equipo rival estaba por marcar y era su turno de defender. Con valentía, se lanzó como nunca y logró despejar la pelota, saltando con toda su fuerza.
El árbitro pitó el final del partido. Ganaron. Lo celebraron todos juntos. En medio de la alegría, Leo se dio cuenta de que su altura no era un obstáculo, sino una ventaja.
Desde ese día, Leo no solo supo jugar al fútbol, sino que también aprendió que la confianza y el corazón son lo más importante.
Y siempre lo recordará:
"Soy bajito, sí, pero ¡el fútbol no tiene altura!"
FIN.