El gran sueño de Leo
En un pequeño pueblo de Argentina, vivía un niño llamado Leo. Leo era muy bajito para su edad, pero tenía un gran amor por el fútbol. Desde muy chiquito soñaba con ser un gran jugador como sus ídolos. Sin embargo, siempre había un pequeño detalle que lo hacía dudar: su estatura.
Un día, mientras jugaba en el parque, un grupo de chicos más altos que él empezó a burlarse de su tamaño.
"¡No podés jugar con nosotros, sos muy chiquito!" - rió uno de ellos.
Leo se sintió triste, pero en su corazón sabía que su amor por el fútbol era más grande que cualquier comentario. Entonces decidió entrenar todos los días, más que nunca. Con ayuda de su abuelo, que había sido un gran jugador en su juventud, practicó dribles legendarios y tiros increíbles.
"Esfuérzate, Leo! El verdadero tamaño se mide en el corazón" - le decía el abuelo con una sonrisa.
A medida que pasaban los días, Leo desarrolló habilidades sorprendentes. Podía pasar entre las piernas de los jugadores más altos y hacía goles espectaculares. A veces, contemplaba el horizonte y se imaginaba jugando un Mundial con la selección.
Un día, el pueblo anunció un torneo de fútbol infantil y Leo decidió participar. El día del torneo no era como se lo había imaginado. Los jugadores rivales eran también bastante altos y furiosos. Pero, aunque se sintió nervioso, no iba a rendirse.
"Voy a dar lo mejor de mí" - pensó, justo antes de que el árbitro diera la señal de inicio.
El partido empezó y su equipo tuvo una gran dificultad para hacerse con el balón. Pero Leo, con sus trucos, logró robar el balón a un jugador más alto, provocando gritos de sorpresa entre los espectadores.
"¡Vamos, Leo!" - animó su abuelo desde las gradas.
Leo dribló a uno, dos, y hasta a tres rivales. Pero, cuando estaba a punto de marcar un gol, se chocó con uno de los chicos más altos. En lugar de rendirse, se levantó rápidamente y siguió jugando, con aún más determinación.
El tiempo avanzaba y el marcador seguía igual. Cuando el árbitro señaló los últimos minutos, Leo tuvo una idea brillante.
"Si puedo gambetear a todos ellos, quizás pueda marcar el gol del triunfo" - pensó entusiasmado.
Con una gran jugada final, Leo logró sortear a todos y disparar. El balón voló y, como si el tiempo se detuviera, el público contuvo la respiración. El balón volvió a chocar contra el palo, rebotando hacia el arco.
"¡Casi!" - gritaron los espectadores, pero Leo no se desanimó.
Con la energía de un verdadero campeón, Leo no se rindió. En la última jugada, robó el balón, se lo pasó a su compañerito y juntos, lograron marcar el gol que los llevó a ganar el torneo.
La multitud estalló en aplausos y gritos. !"¡Leo, sos un genio!" - exclamó su abuelo, lleno de orgullo.
Esa victoria no solo llenó a Leo de alegría, sino que le enseñó que no importaba su estatura. Lo que realmente contaba era el talento, la pasión y el esfuerzo que ponía en su juego.
Desde aquel día, Leo entendió que los sueños no tienen límites. Gracias a su dedicación, fue invitado a sumarse a un equipo más grande y, con el tiempo, tuvo la oportunidad de jugar en un torneo nacional, donde conoció a grandes jugadores de su país.
En cada paso de su carrera, siempre recordaba las enseñanzas de su abuelo y nunca se olvidó de su pequeño pueblo. Así, Leo se convirtió en un gran futbolista, pero más importante aún, en un inspirado soñador que enseñaba a otros que no tenía que importar su altura, sino su grandeza interior.
Y así, Leo de ese pequeño pueblo, también se ganó el apodo de "el Bajo Soñador", aquel que con esfuerzo y corazón enseñó a todos que nunca hay que rendirse en la búsqueda de nuestros sueños, sin importar lo que piensen los demás.
Fueron años de trabajo y dedicación. Tanto, que un día, sin pensarlo, se encontró en el campo del Mundial defendiendo los colores de su amado país, completamente emocionado y lleno de sueños por cumplir.
FIN.