El Gran Sueño de Lucas
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Lucas. Desde muy temprana edad, Lucas mostró su pasión por el baloncesto. No había día en que no estuviera practicando en la canchita de tierra que estaba cerca de su casa. Sus amigos solían decirle:
"Lucas, ¡sos un crack! Tenés que jugar en un equipo de verdad."
Lucas sonreía, pero siempre respondía:
"Gracias, pero todavía tengo mucho que aprender."
Un soleado día de primavera, un joven entrenador llamado Pablo pasó por el barrio. Al ver a Lucas haciendo espectaculares lanzamientos de tres puntos, no pudo evitar acercarse.
"¡Hola, pibe! Te veo muy habilidoso con el balón. ¿Te gustaría unirte a mi equipo de la escuela?"
Los ojos de Lucas se iluminaron, pero también sentía un cosquilleo en el estómago.
"¡Sí, me encantaría! Pero... ¿y si no soy lo suficientemente bueno?"
"Todos tenemos que empezar en algún lado. ¡Vamos a intentarlo! Lo más importante es divertirse y aprender”, respondió Pablo con una sonrisa.
Lucas decidió unirse al equipo, y pronto se encontró entrenando todos los días con sus nuevos compañeros. Al principio, Lucas se sentía un poco nervioso.
"¿Y si me quedo atrás?"
"No te preocupes, Lucas. Todos estamos aquí para mejorar. Cada día es una oportunidad,” le dijo su amiga Valentina, que había estado jugando durante más tiempo.
Con el tiempo, el equipo comenzó a jugar partidos y Lucas demostró ser un gran jugador, anotando puntos y asistiendo a sus compañeros. Víctor, el chico más grande del equipo, siempre lo alentaba:
"¡Dale, Lucas! ¡No te detengas! Trabajamos juntos, somos un equipo."
Pero a medida que avanzaba la temporada, Lucas se dio cuenta de algo preocupante. Uno de sus compañeros, Micky, no estaba rindiendo igual que antes. Lucas lo observó desde el banco un día.
"¿Qué te pasa, Micky? No te veo tan motivado en la cancha."
Micky respondió con un susurro:
"No sé, Lucas. Yo venía jugando mejor, pero creo que nunca podré ser tan bueno como vos..."
Lucas sintió un nudo en el pecho. Recordó cuando él mismo dudaba de su capacidad, pero decidió no dejar que su amigo se sintiera así.
"Escuchame, cada uno tiene su propio ritmo. Lo importante es que sigas intentándolo. ¿Te gustaría practicar juntos? Yo puedo ayudarte."
El rostro de Micky brilló de esperanza.
"¿De verdad? Me encantaría."
Así, Lucas y Micky comenzaron a entrenar juntos después de la práctica. Con paciencia y dedicación, Micky comenzó a mejorar, y Lucas se sintió orgulloso de ver el progreso de su amigo.
Un día, el equipo llegó a la final del torneo. Los nervios invadieron a todos, pero Pablo, el entrenador, les recordó:
"Recuerden, chicos, lo más importante no es ganar, sino dar lo mejor de ustedes y disfrutar del juego. ¡Confío en ustedes!"
Lucas miró a sus compañeros y vio la mezcla de emoción y nerviosismo en sus rostros. Durante el partido, todo parecía ir muy bien, hasta que en el tercer cuarto, un rival hizo falta a Lucas.
"¡No! Eso no era falta!" gritó Valentina desde la línea de banda.
El árbitro no lo vio así y Lucas, tras levantarse, se sintió frustrado. En lugar de dejarse llevar por la ira, recordó las palabras de Pablo.
"¡Vamos, equipo! ¡Sigamos luchando!"
Al final del partido, el buzzer sonó y el marcador reflejaba una victoria. Lucas y sus compañeros se abrazaron, llenos de alegría. Micky se lanzó en un grito triunfal:
"¡Lo logramos!"
Al finalizar el torneo, Pablo se acercó a Lucas.
"Estoy orgulloso de vos, Lucas. No solo jugaste increíblemente, sino que también demostraste ser un gran líder."
Lucas sonrió modestamente.
"No lo hubiera logrado sin mis amigos."
Así, aquel niño que soñaba con jugar al baloncesto descubrió que, además de ser un gran jugador, también podía ser un gran amigo. Lucas se dio cuenta de que el verdadero triunfo no solo está en el marcador, sino en las personas con las que compartimos nuestras pasiones.
Desde aquel día, Lucas nunca dejó de jugar, y siguió ayudando a sus compañeros, recordando siempre que el trabajo en equipo le podía llevar hasta las estrellas. Y así, cada entrenamiento fue una lección más en la vida, donde cada pase y cada canasta eran parte de un hermoso sueño que recién comenzaba a moverse en la cancha y en su corazón.
FIN.