El Gran Tobogán
Era un sábado soleado en el parque. El cielo era de un azul intenso y las aves cantaban alegremente. Dos niños, Mateo y Lucas, y una niña llamada Sofía, habían decidido pasar la tarde jugando en el tobogán gigante que estaba en el centro del parque.
"¡Mirá qué alto es el tobogán!" - exclamó Lucas mientras señalaba el juguete.
"¡Sí! ¡Voy a ser el primero en deslizarme!" - dijo Mateo emocionado, corriendo hacia la escalera del tobogán.
Sofía se quedó observando con una mezcla de emoción y nervios. Ella nunca había subido tan alto.
"¿No tenés miedo, Sofía?" - preguntó Lucas mientras subía peldaño a peldaño.
"Un poquito... pero sé que puedo lograrlo. Solo tengo que hacerme valiente... y si no, les gritaré desde abajo!" - respondió con una sonrisa.
Mateo, que ya estaba en la cima, gritó:
"¡Es increíble! ¡Vengan!"
Los chicos se animaron y se alinearon en la cima del tobogán, listos para lanzarse.
"Vamos a hacerlo juntos, contemos hasta tres. Uno, dos, tres... ¡Deslizarnos!" - propuso Mateo.
Los tres gritaron de alegría mientras se deslizaban. El viento en sus caras les hizo sentir libres. Al llegar abajo, se tumbaban en el césped, riendo de lo divertido que había sido.
"¡Otra vez!" - pidió Sofía, con más confianza ahora.
Subieron la escalera una vez más, pero esta vez, Mateo se quedó atrás.
"Chicos, ¡no puedo! Creo que tengo miedo de caerme. No quiero lastimarme" - dijo con voz temblorosa.
Sofía notó que su amigo estaba intranquilo.
"Mateo, no debes tener miedo. Todos caemos a veces, pero si te caes, sólo es parte de aprender. Además, estamos juntos, ¡no te pasará nada!" - lo alentó Sofía.
"Tenés razón, Sofía. Gracias por decirme eso. Voy a intentarlo" - respondió Mateo.
Los tres amigos subieron y, esta vez, Mateo se sintió muy apoyado. En la cima, los tres se tomaron de las manos antes de deslizarse juntos.
"¡Uno, dos, tres!"
Esta vez, el grito fue incluso más fuerte y más alegre. Al llegar al final, la sonrisa de Mateo iluminó su rostro.
"¡Lo logré!" - exclamó y abrazó a sus amigos.
Pasaron horas jugando, deslizándose y riendo. De repente, el sol comenzó a ocultarse y los padres de Sofía la llamaron.
"¡Ya tengo que irme!" - dijo Sofía, un poco triste.
"Te tendremos aquí en el parque el próximo sábado, ¿va?" - se despidió Lucas.
"¡Sí! Haré un cartelito para que recuerden nuestro gran día. Y también, para que no olvidemos que siempre podemos enfrentar nuestros miedos, juntos" - sonrió Sofía antes de irse.
Los chicos se quedaron un rato más en el parque, hablando sobre lo divertido que había sido el día. Y así, no solo aprendieron a disfrutar del juego, sino que también comprendieron la importancia de apoyarse mutuamente.
Cada sábado a partir de esa fecha, Mateo, Lucas y Sofía volvieron al parque, siempre listos para conquistar nuevos retos, siempre recordando que juntos, todo era posible.
FIN.