El Gran Torneo de Juegos Bajo Techado



Era un día gris en el colegio San Bartolo y las nubes parecían estar de muy mal humor. La lluvia caía sin parar, haciendo que todos los niños del aula de quinto grado elevaran un suspiro de desilusión. Hoy era el día de educación física, y todos esperaban correr, saltar y jugar al aire libre. Pero, ¿qué podrían hacer ahora que el sol se había escondido?"- ¡Ay! ¡Qué bajón! No puedo creer que no podemos jugar al fútbol!" dijo Juan, un chico muy entusiasta que siempre llevaba su camiseta de su equipo favorito.

"- Y yo quería aprender a andar en bicicleta en el parque" respondió Clara, su compañera, mientras miraba por la ventana.

La maestra de educación física, la señorita Susana, entró en el aula justo en ese momento. Con una sonrisa brillante, dijo: "- ¡Buenos días, chicos! Aunque el clima no esté de nuestro lado, hoy vamos a hacer algo especial. ¡Les traigo un desafío!"

"- ¿Qué desafío?" preguntaron todos interesados.

"- Hay un gran torneo de juegos bajo techado, en el gimnasio. Formaremos equipos y competiremos en diferentes juegos. Cada juego será una aventura nueva", explicó la señorita Susana.

Los niños comenzaron a murmurar emocionados. "- ¡Sí! ¡Un torneo!" gritó Juan.

La señorita Susana los dividió en cuatro equipos: Los Tiburones, Las Águilas, Los Elefantes y Los Canguros. Cada equipo eligió un capitán. Juan se volvió el capitán de los Tiburones, mientras que Clara tomó el mando de las Águilas.

La primera actividad fue un juego de relevos con pelotas de colores. Habitualmente, eso sería un poco aburrido, pero los chicos le dieron su propio toque. Se disfrazaron con cintas y gorros de papel para hacerlo más divertido.

"- ¡Vamos! ¡Tiburones a la carga!" gritó Juan, mientras pasaba la pelota a su compañero. Clara, por su parte, organizó a su equipo con mucha energía: "- ¡Águilas, desplieguen sus alas y volen!

Después de varios juegos, llegó el turno de algo que nadie esperaba: un juego de escondidas en el gimnasio. La señorita Susana explicó las reglas: "- Uno de ustedes será el buscador, y tendrán que esconderse en estos espacios divertidos. ¡Pero cuidado! Porque si son encontrados deben hacer un baile de su elección. ¡Reído puede ser muy divertido!"

Los niños se sumergieron en el juego con entusiasmo. Era el momento del segundo desafío, y Juan se convirtió en el buscador. Se cubrió los ojos y contó hasta veinte mientras los demás se escondían.

"- ¡Listos o no, allá voy!" gritó, comenzando su búsqueda.

Mientras buscaba, escuchó risas de detrás de una cortina. Se acercó sigilosamente y, al descubrir a Clara y a otro compañero, dijo: "- ¡Los encontré! Ahora, ¡bailen!" Clara comenzó a bailar imitando a un pato, y todos estallaron en risas, incluso aquel niño que se tomaba todo muy en serio.

Los bailes fueron un verdadero espectáculo, y el gimnasio se llenó de carcajadas. Todos se sintieron liberados mientras se movían y reían, olvidándose de la lluvia que caía afuera.

Al final del torneo, los Tiburones y las Águilas estaban igualados. La señorita Susana decidió que lo mejor era hacer un juego final de todos contra todos: el gran juego de la soga. Todos se sintieron entusiasmados al ser parte de un último esfuerzo. Se unieron para tirar de la cuerda lo más fuerte que pudieran.

"- ¡Un, dos, tres! ¡Tiramos todos juntos!" gritó Juan, mientras todos los demás hacían fuerza. En un momento de tanto esfuerzo, ambos equipos tiraron con todas sus fuerzas, y la cuerda comenzó a moverse. Pero justo cuando parecía que los Tiburones iban a ganar, Juan propuso: "- ¡Es más divertido si compartimos! ¿Qué les parece si hacemos un empate?". Los demás se miraron sorprendidos.

"- ¿Un empate? ¡Sí! ¡Eso sería genial!" respondieron. Juntos, decidieron estirar la cuerda de una forma amistosa.

Así fue como celebraron esa gran jornada, no porque uno hubiera ganado, sino porque todos, juntos, crearon un momento mágico que jamás olvidarían.

Y al salir del gimnasio, la lluvia había cesado, y el sol empezaba a asomar entre las nubes. Todos los niños, con sonrisas en las caras, sabían que podían divertirse incluso en los días más grises.

"- ¡La educación física es increíble!" exclamó Clara.

"- ¡Sí! ¡Lo mejor del mundo!" respondió Juan, con una sonrisa a todo color.

Desde ese día, aprendieron que la diversión no depende del clima, sino de la creatividad y de estar juntos. Y, claro, que siempre había un nuevo juego esperando a ser descubierto.

FIN.

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