El Gran Torneo de los Girasoles
En un pequeño pueblo donde los girasoles siempre sonreían al sol, se armaba un gran torneo que traía a todos los niños y niñas del lugar. En esta ocasión, dos amigos inseparables, Orlando y Gerardo, se preparaban para la competencia de kermés más esperada del año.
Ambos eran grandes entusiastas pero tenían características muy distintas. Orlando era un niño entusiasta y competitivo, mientras que Gerardo era más reflexivo y medido. Cada uno había decidido prepararse de manera única para el torneo. Orlando pasaba horas entrenando en carreras, tirando a canasta y lanzando aros, mientras que Gerardo se enfocaba en la estrategia, estudiando cada juego y buscando maneras de divertirse, sin importar si ganaba o perdía.
El día del torneo llegó. El sol brillaba y el aire estaba lleno de risas y colores. Todos competían en diferentes juegos: carrera de sacos, lanzamiento de pelotas y hasta una prueba de destreza que prometía muchas sorpresas.
"¡Vamos, Gerardo! ¡Vamos por todo!" - gritó Orlando mientras se colocaba la camiseta de su equipo, decidido a ganar.
Gerardo, con una sonrisa tranquila, contestó: "Lo importante es disfrutar y aprender, Orlando. No hay que olvidarlo."
La primera competencia fue la carrera de sacos. Orlando, impaciente, entró en la competencia con toda su energía, saltando y rebotando. Gerardo, que entró más lentamente, tropezó un poco al principio pero mantuvo una sonrisa.
"¡Mirá, Orlando! Lo más divertido es reírse cuando caemos" - dijo Gerardo, mientras se levantaba con una carcajada.
Orlando siguió corriendo, hasta que, de repente, ¡zas! Resbaló y cayó, pero en vez de enojarse, empezó a reírse. Gerardo, al verlo, también se rió y le dio una mano.
"¡Mirá, amigo! No hay que tomarlo tan en serio" - comentó Gerardo mientras lo ayudaba a levantarse.
Pasó el tiempo, y llegó el momento de la competencia de lanzamiento de pelotas. Orlando estaba seguro de que lo haría increíble.
"¡Hoy voy a ser el campeón!" - exclamó Orlando, lanzando con todas sus fuerzas. Pum, la pelota fue directa al balde y todos aplaudieron.
Gerardo, más calmado, lanzó su pelota con precisión y en vez de tratar de ganar, hizo reír a todos con su lanzamiento chistoso.
Cuando terminó, Orlando había ganado la primera ronda y se sentía muy emocionado.
"¡Voy a ganar! ¡Esto es increíble!" - gritó. Pero, en el fondo, Gerardo había logrado lo más importante: que todos se divirtieran.
El torneo continuó y el giro inesperado llegó en la prueba final: una carrera de obstáculos donde los niños tenían que trabajar en equipo. Orlando, confiando en su habilidad, decidió hacer todo él solo.
"¡Yo puedo hacerlo!" - gritó, saltando sobre los obstáculos sin pensar en sus amigos. Pero al llegar a la parte más complicada, se sintió abrumado y no logró avanzar.
Gerardo, que había observado, se acercó a su amigo.
"Orlando, necesita que trabajemos juntos, ¡no se puede hacer todo solo!" - le dijo.
Orlando, recordando lo que había aprendido durante el día, asintió y decidió unirse a Gerardo. Juntos, comenzaron a superar los obstáculos, ayudándose mutuamente. Al final, llegaron juntos a la meta, pero por primera vez, no se trataba solo de ganar el torneo, sino de haber trabajado en equipo.
Cuando anunciaron al ganador, todos aplaudieron, y el jurado decidió que no había un solo ganador, sino un premio para todos por la amistad y el trabajo en equipo.
"¡Nosotros ganamos!" - cantó Gerardo, abrazando a Orlando.
Ambos amigos aprendieron que lo verdaderamente importante no era necesariamente ganar, sino disfrutar de la experiencia y cuidar de sus amistades. Desde entonces, cada torneo que organizaban, siempre lo hacían con la misma filosofía: la verdadera victoria era la alegría de jugar juntos.
Así, Orlando y Gerardo continuaron siendo grandes amigos, y cada vez que había un nuevo torneo, sabían que lo más importante no era solo la competencia, sino los lazos que construían con sus amigos. Y claro, ¡siempre encontraban tiempo para reír y disfrutar!
Fin.
FIN.