El Gran Tropezón del Payaso Risitas
Era un día soleado en el circo de las maravillas. Las sillas estaban llenas de niños risueños y padres curiosos, todos expectantes por el gran espectáculo que el Payaso Risitas estaba a punto de presentar. Su traje colorido brillaba bajo el sol, y su gran sonrisa iluminaba el escenario.
- ¡Hola, chicos! ¡Estoy aquí para hacerlos reír! - exclamó Risitas mientras hacía malabares con unos globos. Todos aplaudían y reían, disfrutando de la performance del payaso.
El Payaso Risitas era conocido por sus bromas y su habilidad para hacer reír. Pero ese día, tenía una broma especial que había planeado. Cuando terminó su acto de malabares, se acercó a una mesa llena de juguetes de colores.
- ¡Voy a hacer que mis amigos juguetes salgan a jugar! - anunció Risitas, con ese brillo travieso en sus ojos. Y así, comenzó a bailar alrededor de los juguetes, haciendo gestos graciosos.
Sin embargo, al intentar dar un salto para impresionar al público, el Payaso Risitas no se dio cuenta de que había dejado los juguetes regados por el suelo. - ¡Ay, no! - gritó en un intento de mantenerse en pie, pero terminó tropezando y cayendo de espaldas al suelo, haciendo que todos los juguetes volaran por el aire.
El silencio se apoderó del circo. Todos los niños contuvieron la respiración, preocupados por su payaso favorito.
El Payaso Risitas se levantó lentamente, sacudiéndose el polvo de su traje.
- ¡Eso fue parte del espectáculo! - trató de reír, pero algo en su voz se notaba distinto.
Al ver la mirada preocupada de los niños, Risitas se dio cuenta de que algo no estaba bien. - ¡Chicos! ¿Están bien? - preguntó con sinceridad, porque si habían reído con su accidente o no, ya no importaba.
- ¡Sí, pero te lastimaste! - respondió un chico de la primera fila.
- No me lastimé, amigo; solo fue un tropezón. Pero, ¿saben qué? Esto me hace pensar, y es muy importante. - Risitas dijo mientras se acomodaba el pelo desordenado. - A veces, los accidentes pueden suceder y no siempre es divertido. Pero lo importante es cómo reaccionamos. -
Los niños miraban al payaso con atención, intrigados por sus palabras.
- Siempre hay que tener cuidado y mantener las cosas en su lugar, para que nadie se caiga, ¿verdad? - preguntó Risitas.
- ¡Sí! - respondieron los niños al unísono.
- Entonces, antes de hacer cualquier broma, debemos asegurarnos de que el lugar esté seguro. Así, todos podemos reír juntos sin preocupaciones. - dijo Risitas, sonriendo de nuevo. - ¿Qué les parece si dejamos todo ordenado y luego seguimos con la fiesta? -
Los niños comenzaron a ayudar a recogerse los juguetes, mientras Risitas hacía payasadas con cada uno de ellos. Con cada juguete que levantaban, una risa se escapaba, y poco a poco, el ambiente se llenó de alegría nuevamente.
Finalmente, todo estaba en su lugar. Risitas volvió al centro de la pista y, con una sonrisa más brillante que nunca, dijo:
- ¡Ahora sí! ¡A reír se ha dicho! -
Los aplausos retumbaron por todo el circo, y el payaso hizo lo que mejor sabía hacer. Esta vez, con mucha más precaución y mucho más en cuenta lo que significaba ayudar a los demás.
La moraleja de aquel día en el circo de las maravillas fue clara: a veces, los tropezones nos enseñan lecciones importantes. Y que reír es mejor cuando todos estamos seguros.
Y así, el Payaso Risitas siguió haciendo reír a todos, pero asegurándose siempre de que el escenario estuviera libre de peligros. ¡Fin!
FIN.