El Gran Viaje de Alejandro



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño de seis años llamado Alejandro. Era un chico alegre, con una sonrisa contagiosa y una mente curiosa que siempre quería aprender algo nuevo. Pero había una cosa que a veces le costaba: controlar sus frustraciones.

Un día, Alejandro decidió que quería hacer un hermoso avión de papel. Su papá le había mostrado cómo, y él estaba seguro de que podría hacerlo volar más lejos que cualquier otro. Se sentó en la mesa de su casa, tomó una hoja de papel y comenzó a doblarla con mucha emoción.

Sin embargo, después de varios intentos, el avión no salía como él quería. Un plano era demasiado corto, otro se dobló mal y el último apenas se deslizaba. En un momento de impaciencia, Alejandro gritó:

-¡No, no, no! ¡Esto es muy difícil! ¡No puedo hacerlo!

Su mamá, que estaba en la cocina, escuchó el grito y vino a ver qué pasaba. Cuando vio la frustración en el rostro de su hijo, se agachó a su altura y le dijo:

-Querido, a veces las cosas no salen a la primera. Pero si sigues intentando, verás que lo lográs. Recuerda que lo más importante es disfrutar del proceso.

Alejandro suspiró. A veces, le resultaba fácil olvidar que el camino también era parte del juego. Sin embargo, decidió hacer un último intento. Esta vez, en lugar de frustrarse, se detuvo un momento y pensó:

-¿Qué puedo mejorar?

Volvió a doblar el papel, pero esta vez lo hizo con más calma. En vez de apresurarse, se enfocó en cada pliegue y cada esquina. Cuando terminó, su avión se veía mucho mejor. Pero aún así, Alejandro dudaba. Estaba listo para lanzarlo, pero necesitaba un poco de ayuda.

-¡Mamá! ¡Mirá lo que hice!

-¡Qué lindo, hijo! Ahora, ¿quieres que lo lancemos juntos?

-¡Sí, por favor!

Ambos fueron al patio, y con un conteo de tres, lanzaron el avión. Este voló alto y lejos, cruzando el jardín de su vecino y aterrizando suavemente en el parque. Alejandro gritó de alegría:

-¡Lo logré! ¡Mirá cómo vuela!

Su mamá sonrió, orgullosa de su perseverancia. Pero en ese momento, su hijo se dio cuenta de algo importante.

-A veces me frustro demasiado, pero ¿y si intento un poco más? La próxima vez que algo no salga bien, no voy a rendirme tan fácil.

Este aprendizaje transformó a Alejandro. Con el tiempo, aplicó esta lección pidiendo ayuda cuando la necesitaba, escuchando a sus amigos y compartiendo con ellos sus logros. Notó que cuando algo no le salía bien, podía hablarlo y encontrar soluciones juntos.

Una semana después, se enteró de que en su colegio tendrían un concurso de aviones de papel. Con emoción, decidió inscribirse. En lugar de hacer todo solo, llamó a su amigo Lucas:

-¡Lucas! ¿Querés ayudarme a hacer el avión más rápido de la escuela?

-Claro que sí, Alejandro. Juntos lo haremos increíble.

Trabajaron en equipo, haciendo pruebas y mejorando el diseño del avión con ideas de cada uno. Alejandro disfrutó mucho más el proceso al compartirlo con su amigo. El día del concurso, su avión no solo voló lejos, sino que también lo hizo con gracia, superando a muchos otros.

Cuando recibieron el reconocimiento por su esfuerzo, Alejandro sonrió más que nunca y dijo:

-¡Lo hicimos juntos! Aprendí que no tengo que enojarme cuando algo no sale como espero. Siempre puedo encontrar una nueva forma de hacerlo.

Y así, Alejandro no solo se convirtió en un gran constructor de aviones, sino también en un amigo capaz de enfrentar la frustración de una manera positiva. Había aprendido que cada desafío traía la oportunidad de crecer, y que compartir alegrías y logros con amigos hacía todo aún más especial.

FIN.

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