El Gran Viaje de Mamá Gancho y sus Zapatos
Había una vez en un colorido vecindario un árbol gigante llamado Don Roble. Este árbol era el más antiguo de la ciudad y, con su amplia sombra, se había convertido en el lugar favorito de todos los niños para jugar. Pero lo que nadie sabía era que Don Roble tenía un secreto: él podía hablar.
Un día, una mamá que se hacía llamar Mamá Gancho decidió llevar a sus tres hijos, Fabi, Lila y Toñi, a jugar bajo la sombra del árbol. Ella siempre llevaba consigo un par de zapatos mágicos que cambiaban de color según el estado de ánimo de sus hijos. Esta vez, los zapatos brillaban intensamente de color azul, lo que significaba que todos estaban muy felices.
"Mamá, ¿podemos quedarnos aquí para siempre?" - preguntó Fabi emocionado.
"Claro, pero luego debemos ir a la casa a preparar la cena. También tenemos que dar gracias por el día tan lindo que tuvimos" - respondió Mamá Gancho.
"Pero el árbol es tan lindo, ¡no quiero irme!" - exclamó Lila.
Justo en ese momento, Don Roble decidió intervenir. Con una voz profunda y suave, le dijo a los niños:
"No se preocupen, pequeños. Si desean, puedo llevarlos a un lugar donde los sueños se hacen realidad. Pero deberán estar preparados para aprender algo nuevo."
Los tres niños se miraron con asombro y al mismo tiempo brincaron de alegría.
"¿En serio, Don Roble? ¿Puedes llevarnos a un lugar mágico?" - preguntó Toñi.
"Sí, pero deben prometerme que estarán atentos y aprenderán de la experiencia. ¿Lo prometen?" - insistió el árbol.
Mamá Gancho asintió con la cabeza, sintiendo una gran curiosidad por el viaje. Los niños gritaron juntos:
"¡Prometemos aprender!"
Así que Don Roble agitó sus ramas y el viento sopló fuertemente. En un abrir y cerrar de ojos, los niños y Mamá Gancho se encontraron en un mundo mágico lleno de colores y criaturas extraordinarias. Había flores que hablaban y animales que bailaban.
Mientras exploraban, conocieron a un pequeño pájaro llamado Pico. Él les dijo:
"Bienvenidos a la Tierra de los Sueños. Aquí, no solo se hacen realidad los sueños, también deben ayudar a los demás. Cada vez que ayuden a alguien, sus zapatos cambiarán de color a un hermoso dorado."
Los niños no podían creer lo que escuchaban. Al principio, se sintieron un poco tímidos, pero sabían que tenían que ayudar. Encontraron a una tortuga que estaba atrapada entre unas ramas.
"¡Ayúdenme, por favor!" - dijo la tortuga angustiada.
"¡Vamos, chicos!" - animó Mamá Gancho. "Debemos ayudar a la tortuga."
Los niños se acercaron y, usando toda su fuerza, empujaron las ramas para liberar a la tortuga. Una vez libre, ella les sonrió con gratitud.
"¡Gracias, pequeños! Ustedes tienen corazones bondadosos."
De repente, los zapatos de los niños comenzaron a brillar con un hermoso dorado.
"¡Lo logramos!" - exclamó Fabi lleno de alegría.
"¡Vamos a ayudar a más criaturas!" - sugirió Lila.
Y así, el grupo siguió ayudando a las criaturas del bosque. Ayudaron a un conejo a encontrar su hogar y a una ardilla a recolectar nueces. Cada buena acción hacía que sus zapatos brillaran aún más.
Después de un tiempo, todos los habitantes del bosque se reunieron para celebrar. Don Roble apareció nuevamente, emocionado de ver lo que los niños habían logrado.
"Han hecho un trabajo maravilloso, pequeños. Los zapatos dorados representan su bondad y el impacto que pueden tener en el mundo. Se los llevan de recuerdo."
- “¿Podemos volver a visitarte, Don Roble?" - preguntó Toñi.
"Siempre estaré aquí, bajo la misma sombra, esperando nuevas aventuras. Pero recuerden, la verdadera magia está en dar y ayudar a los demás, sin importar dónde estén." - respondió el árbol.
Finalmente, el viento sopló nuevamente y los llevó de vuelta al lugar donde todo había comenzado. Mamá Gancho miró a sus hijos y sonrió.
"Aprendieron algo muy importante hoy, ¿verdad?"
"Sí, mamá. Ayudar a otros es la verdadera magia" - dijo Fabi, con una gran sonrisa en su rostro.
Desde ese día, Mamá Gancho y sus hijos no solo jugaban debajo de Don Roble, también ayudaban a otros en su vecindario, convirtiendo cada día en una aventura llena de amor y bondad. Y cada vez que lo hacían, sus zapatos continuaban brillando.
Y así, el árbol y la mágica familia aprendieron juntos que la alegría de dar y ayudar es un tesoro que nunca se agota.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.