El Gran Viaje de Martín y sus Amigos



Había una vez en un tranquilo pueblito llamado Colibrí, un niño llamado Martín que soñaba con aventuras. Martín pasaba sus días en el parque con sus amigos: Ana, una inventora brillante, y Tomás, un apasionado del dibujo. Un día, mientras jugaban, se les ocurrió una idea genial: construir un cohete.

"¡Vamos a construir un cohete y viajar a la luna!" - exclamó Martín emocionado.

"¡Sí! Y podríamos llevar algunas de mis invenciones para hacer experimentos allá arriba!" - agregó Ana entusiasta.

"Y yo dibujaré todo lo que veamos desde el espacio" - dijo Tomás, ya imaginando sus ilustraciones.

Así comenzaron a recolectar materiales. Usaron cajas de cartón, rollos de papel higiénico y hasta una vieja sombrilla del patio de la abuela de Martín. Después de varias semanas de trabajo y mucha diversión, el cohete estaba listo.

Una noche estrellada, los tres amigos se reunieron en el parque para su gran lanzamiento.

"¿Están listos?" - preguntó Martín con nerviosismo.

"¡Listísimos!" - respondió Ana mientras ajustaba unas luces en el cohete.

"Vamos a gritar: ‘¡A la luna! ’" - dijo Tomás, y todos se rieron.

Contaron hasta tres y gritaron:

"¡A la luna!"

A medida que levantaban el cohete al cielo, algo sorprendente ocurrió: en lugar de volar hacia el espacio, comenzó a girar y a moverse por el suelo.

"¡Es un cohete volador a ras del suelo!" - gritó Martín mientras corrían detrás de él.

"¡Aventuras inesperadas!" - rió Ana.

"¡Eso es mejor que la luna!" - añadió Tomás mientras dibujaba el cohete en acción.

Los tres amigos seguían al cohete que nunca se detenía. Curiosamente, los llevó a un bosque mágico que ninguno de ellos conocía.

"¿Dónde estamos?" - preguntó Martín, asombrado.

"¡Miren! Hay árboles que hablan!" - gritó Ana, alzando la vista hacia uno de los árboles, que con su voz profunda les dijo:

"¡Bienvenidos a Bosque Encantado! Aquí, los sueños se hacen realidad, pero solo si son puros de corazón."

Intrigados, los amigos siguieron explorando. En el bosque, encontraron una enorme cueva llena de cristales brillantes. Sin embargo, también había un dragón que cuidaba la entrada.

"¡No pases! ¡No puedes entrar si no tienes una bola de energía positiva!" - rugió el dragón.

"¿Energia positiva? ¿Qué es eso?" - preguntó Martín, frunciendo el ceño.

"Lo que necesitas para pasar es recordar un momento que te haga feliz, y tienes que compartirlo con tus amigos. ¿¿Quién se anima? ?" - dijo el dragón.

Los tres amigos se miraron y, aunque al principio se sintieron un poco inseguros, comenzaron a compartir sus recuerdos más felices.

"Recuerdo cuando ganamos el concurso de ciencias en la escuela con nuestro proyecto de experimentos en casa" - compartió Ana.

"Yo recuerdo cuando pintamos el mural en la plaza, ¡vivió el pueblo!" - comentó Tomás.

"Y yo recuerdo el día de mi cumpleaños, cuando todos me sorprendieron con una fiesta sorpresa y me sentí muy querido" - dijo Martín.

El dragón sonrió y les dijo:

"¡Bien hecho! ¡Pueden pasar!"

Los amigos se sintieron orgullosos y pasaron por la entrada de la cueva. Dentro, encontraron un enorme tesoro de herramientas, libros antiguos y artefactos que podían usar en sus inventos y dibujos.

Sin embargo, también había un libro grande y polvoriento que parecía más especial que el resto.

"¡Miren! Este libro dice que tiene instrucciones para crear un verdadero cohete espacial" - dijo Ana emocionada.

Decidieron llevarse el libro y volver a su pueblito. Al regresar, se sintieron inspirados y compartieron su aventura con sus padres y amigos. Todos en Colibrí se unieron para ayudarles a construir un verdadero cohete en el patio de la escuela.

"¡De este viaje sacamos una gran lección!" - dijo Tomás.

"Así es, ¡la verdadera aventura es la amistad y los sueños que compartimos!" - añadió Martín.

Y así, un cohete en el patio se convirtió en un símbolo de unión, creatividad y amistad en el pueblito de Colibrí. Los sueños de Martín, Ana y Tomás no solo habían llevado a un viaje inesperado, sino que también habían comenzado a inspirar a otros niños de su comunidad a soñar en grande y a nunca dejar de creer en sus ideas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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