El Gran Viaje de Rufus



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Perro, donde todos conocían a Rufus, un perro mestizo de pelaje marrón y ojos brillantes. Rufus era un perro curioso y aventurero que soñaba con recorrer el mundo más allá de su hogar.

Un día, mientras paseaba por la plaza, vio a un grupo de niños que corrían hacia la parada del colectivo. Rufus, intrigado, se acercó y escuchó lo que decían.

"¡Vamos, que el colectivo ya llega! ¡Hoy vamos a visitar el pueblo de al lado!" - gritó uno de los chicos, emocionado.

Rufus sintió un cosquilleo en su pancita. ¿Qué pasaría si también pudiera viajar en ese colectivo? Sin pensarlo dos veces, se unió a la multitud y, al ver que la puerta se abría, saltó dentro.

El colectivo estaba lleno de gente y Rufus se acomodó en un rincón, sintiéndose un poco nervioso pero también emocionado por la aventura que estaba comenzando. La conductora, una amable señora de anteojos llamados doña Clara, lo miró y sonrió.

"¡Hola, perrito! ¿Nadie te dijo que no se puede viajar en colectivo sin dueño?" - le dijo, mientras acariciaba su cabeza.

Rufus la miró con sus ojos grandes, y doña Clara, conmovida, decidió dejarlo ir en este viaje especial. El colectivo comenzó a moverse, y Rufus sintió el viento soplar en su cara, mientras veía pasar árboles, casas y otros animales por la ventana.

De repente, el colectivo se detuvo en un lugar muy concurrido. Un grupo de cebras que viajaba en la parte de atrás comenzaron a alborotarse.

"¡Ay, no! Dejé mi sombrero en la casa de la abuela!" - exclamó una de las cebras con voz preocupada.

"¿Y ahora qué hacemos?" - preguntó otra.

Rufus, que había estado escuchando todo, decidió intervenir.

"¡Puedo ayudar!" - ladró con fuerza.

Las cebras lo miraron sorprendidas.

"Pero, ¿cómo?" - preguntó una de ellas.

Rufus pensó rápido. Había escuchado que las zebras eran buenas para correr, y él también. Así que les dijo:

"Bajemos en la próxima parada y corremos hacia casa. Quizás lleguemos a tiempo para que no se le caiga el sombrero a tu abuela."

Las cebras se entusiasmaron y le dijeron a doña Clara:

"¡Por favor, párate aquí!"

Una vez que el colectivo se detuvo, los cuatro se lanzaron en una carrera rápida hacia la casa de la abuela de la cebra. Rufus, lleno de energía, los guió entre las calles mientras las cebras trotaron a su lado.

Al llegar, el sombrero estaba justo en la puerta. La abuela, una dulce mujer con un delantal colorido, se sorprendió al ver a Rufus y sus nuevos amigos.

"¡Oh, gracias, pequeño perro! Mi sombrero favorito estaba a punto de volar lejos. " - dijo, sonriendo.

Rufus se sintió orgulloso. Después de ayudar, decidió volver al colectivo con las cebras. Cuando regresaron, doña Clara los esperaba.

"¿Disfrutaron de la carrera?" - preguntó divertida.

Todos se rieron, y Rufus, satisfecho, tomó su lugar en el colectivo otra vez. Justo antes de partir, doña Clara le dijo:

"Eres un perrito muy especial, Rufus. A partir de hoy, siempre serás bienvenido en mi colectivo."

Y así, Rufus no solo recorrió el pueblo de al lado, sino que también ganó nuevos amigos con quienes siempre podría contar. Aprendió que las aventuras son mejor disfrutadas en compañía y que ayudar a los demás, sin importar lo pequeño que seas, siempre hace la diferencia.

Desde ese día, Rufus se convirtió en el perro viajero de Villa Perro. Y aunque su viaje en colectivo a veces lo llevaba a lugares nuevos y sorpresas, siempre volvía a casa, lleno de historias y amigos.

Los habitantes del pueblo lo esperaban con una sonrisa, mientras contaba sus aventuras.

"¡Nunca dejen de explorar!" - ladraba Rufus felices mientras guiñaba un ojo a sus amigos. "Porque el mundo es más grande de lo que imaginamos y está lleno de cosas sorprendentes por descubrir."

FIN.

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