El Granero del Amor
Había una vez en una granja lejana un granjero llamado Don Ramón. Don Ramón era un hombre trabajador, pero también un poco envidioso y ambicioso. A pesar de contar con muchos animales en su granja, siempre miraba con codicia las granjas de sus vecinos, deseando tener más que ellos.
Un día, mientras Don Ramón trabajaba en el campo, su hija Lucía se sintió mal.
"Papá, me duele la cabeza y no tengo ganas de jugar" - dijo Lucía, frotándose los ojos.
"Qué raro, hijita. No puede ser. Si hoy es el día de la feria, deberías estar emocionada" - contestó Don Ramón, sin dejar de mirar su reloj.
A pesar de que Lucía insistía, Don Ramón decidió llevarla al mercado para mostrarle a la gente las maravillas de su granja.
"No, papá, realmente no me siento bien" - se quejaba Lucía.
"No es tiempo para estar enferma, Lucía, tienes que ser fuerte para ayudarme a vender los animales" - respondió Don Ramón, ignorando el malestar de su hija.
Día tras día, Lucía se puso más débil, mientras que Don Ramón continuaba con su rutina. Un día, un viejo granjero del pueblo se acercó a él.
"Don Ramón, he estado observando cómo trabajas duramente, pero creo que estás descuidando lo más importante, a tu hija" - le dijo el anciano, mientras acariciaba la yegua.
"¿Qué sabe usted de mí? Lo único que quiero es ser el mejor granjero de la región" - respondió Don Ramón, algo molesto.
El viejo granjero sonrió con sabiduría.
"La grandeza no se mide por lo que posees, sino por lo que amas. Si no cuidas de tu pequeña, perderás lo más valioso que tienes".
Esa noche, mientras Don Ramón estaba en su granero, escuchó un suave llanto. Era Lucía, que no podía dormir porque se sentía mal.
"Papá, por favor, cuídame" - pidió Lucía con voz temblorosa.
"¡Ay, Lucía! No sé qué hacer..." - dijo Don Ramón, sintiendo un nudo en su garganta.
En ese momento, decidió dejar de lado su ambición.
"Soy un tonto. He estado tan ciego con los animales y mis deseos, que no he visto que mi verdadera riqueza está aquí, contigo" - se dio cuenta mientras abrazaba fuertemente a su hija.
Don Ramón decidió cuidar a Lucía como nunca lo había hecho. Pasó tiempo con ella, la escuchaba, le contaba historias y le preparaba su comida favorita. Poco a poco, Lucía fue mejorando.
Un día, mientras estaban juntos en el jardín, Lucía le preguntó a su padre:
"Papá, ¿podemos tener una fiesta con todos los animales y vecinos?" - sugirió Lucía, ya recuperada y con una sonrisa brillante.
"¡Eso suena maravilloso!" - respondió Don Ramón entusiasmado.
Así fue como organizaron una fiesta en la granja. Invitaron a los vecinos y cada uno trajo algo rico para compartir. La granja se llenó de risas, música y alegría. En medio de la celebración, Don Ramón se dio cuenta de que los animales también parecían felices, como si sintieran el amor y la unión del momento.
"Quiero agradecerte, Lucía. Me enseñaste que el amor y la familia son más importantes que cualquier cosa" - dijo Don Ramón mientras levantaba su vaso.
"Y tú me enseñaste que la verdadera felicidad está en cuidar de quienes amamos" - contestó Lucía, con una sonrisa radiante.
Desde ese día, Don Ramón nunca volvió a preocuparse tanto por ser el mejor granjero. Empezó a disfrutar de los pequeños momentos junto a Lucía y a todos los animales. Gracias a su amor, la granja se convirtió en un lugar lleno de risas y felicidad, y esas lecciones se transmitieron de generación en generación.
Y así, el granjero que antes buscaba la envidia, ahora sólo cultivaba amor y alegría. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.