El guardia de seguridad y el elfo mágico



Había una vez un guardia de seguridad llamado Ramiro que trabajaba de noche en el museo mágico de la ciudad.

Ramiro era un hombre amable y soñador, pero siempre se sentía un poco triste porque nunca había tenido la oportunidad de vivir una aventura emocionante como las que veía en las películas. Una noche, mientras realizaba su ronda de vigilancia, Ramiro escuchó un extraño ruido proveniente del salón principal.

Se acercó sigilosamente y vio a un pequeño duende saltarín jugueteando con una varita mágica. - ¡Hola! -exclamó el duende al ver a Ramiro-. Soy Lúcumo, el duende travieso del museo.

¿Quieres ser mi amigo? Ramiro no podía creer lo que estaba viendo, pero decidió seguirle la corriente al duende. - ¡Claro que sí! Ser tu amigo sería maravilloso -respondió emocionado. Lúcumo le mostró a Ramiro todos los objetos mágicos del museo: cuadros que cobraban vida, estatuas que hablaban e incluso una alfombra voladora.

Juntos recorrieron cada sala y se divirtieron como nunca antes. Pero cuando llegaron a la sala de los espejos mágicos, algo inesperado sucedió. Uno de los espejos comenzó a emitir destellos brillantes y ambos fueron absorbidos por él.

Cuando recuperaron la conciencia, se encontraban en medio de un bosque encantado lleno de criaturas fantásticas. Estaban perdidos y no sabían cómo regresar al museo. - ¿Qué haremos ahora, Lúcumo? -preguntó Ramiro preocupado. - Tranquilo, amigo mío.

Siempre hay una solución para todo. Debemos buscar al sabio del bosque. Él nos ayudará a regresar a casa -respondió el duende con determinación. Así comenzaron su travesía en busca del sabio del bosque.

En su camino se encontraron con hadas risueñas, gnomos juguetones y hasta un dragón amigable que les indicó el camino correcto. Finalmente, llegaron a un pequeño claro donde se encontraba el sabio del bosque, un anciano de barba blanca y ojos brillantes.

- Sabio, necesitamos tu ayuda para regresar al museo mágico -suplicó Ramiro. El sabio sonrió y les dijo: "La magia está dentro de cada uno de nosotros. Solo deben cerrar los ojos y creer en sí mismos".

Ramiro y Lúcumo siguieron las palabras del sabio y cerraron los ojos con fuerza. Al abrirlos nuevamente, se encontraban frente al museo mágico. Con lágrimas de alegría corriendo por sus mejillas, Ramiro abrazó a Lúcumo.

- ¡Lo logramos! Gracias por enseñarme que la verdadera aventura está en nuestro interior -dijo emocionado el guardia de seguridad. Desde ese día, Ramiro nunca volvió a sentirse triste porque supo que la magia existía en todas partes, incluso dentro de él mismo.

Y cada vez que visitaba el museo mágico recordaba aquella increíble aventura junto a su querido amigo Lúcumo.

Y así, Ramiro vivió feliz y lleno de ilusiones, sabiendo que la verdadera magia no se encuentra en objetos mágicos, sino en el amor y la amistad que nos rodea.

FIN.

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