El guardián de Doña Rosa



Había una vez un gatito callejero llamado Pelusa que vivía en las calles de un pequeño pueblo. Pelusa era un gato blanco con manchas grises, pero su pelaje estaba sucio y desaliñado debido a la falta de cuidados.

Una tarde fría y lluviosa, Pelusa se encontraba sentado en una esquina maullando de hambre y frío. "¡Miau! ¡Miau!", lloraba Pelusa mientras miraba con tristeza a su alrededor.

La gente pasaba por su lado sin prestarle atención, hasta que una bondadosa señora llamada Doña Rosa lo vio y decidió ayudarlo. Se acercó lentamente a Pelusa con una sonrisa cálida en el rostro, pero el gato se asustó y retrocedió temeroso. "Tranquilo, pequeño amigo.

No te haré daño", dijo Doña Rosa con voz suave extendiendo la mano hacia él. Pelusa temblaba de miedo, pero algo en los ojos gentiles de la señora lo hizo sentir seguro. Lentamente se acercó a ella y permitió que lo acariciara.

"¿Estás hambriento, verdad? Ven conmigo, te daré algo de comer", expresó Doña Rosa mientras acariciaba la cabeza de Pelusa. El gatito siguió a Doña Rosa hasta su casa, donde le preparó un plato con comida caliente y leche tibia.

Mientras comía ávidamente, Pelusa miraba agradecido a su nueva amiga. Con el pasar de los días, Pelusa comenzó a confiar más en Doña Rosa. Ella lo bañó, cepilló su pelaje y le brindó todo el amor y cuidado que necesitaba.

El gatito se transformó en un hermoso felino reluciente gracias al cariño recibido. Un día soleado, mientras paseaban juntos por el parque del pueblo, Pelusa vio a otro gatito callejero solitario y triste como él una vez estuvo.

Sin dudarlo un segundo, corrió hacia él para ofrecerle compañía y consuelo. Doña Rosa observaba orgullosa la noble acción de Pelusa y comprendió entonces que había logrado transmitirle valores importantes como la solidaridad y el amor por los demás.

Desde ese día en adelante, Pelusa se convirtió en el protector de todos los animales necesitados del pueblo junto a Doña Rosa. Juntos formaron una familia llena de amor donde cada uno cuidaba del otro sin importar las diferencias.

Y así fue cómo aquel gato callejero llamado Pelusa encontró no solo un hogar cálido sino también un propósito: ser luz para otros seres necesitados tal como alguna vez alguien fue luz para él.

FIN.

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