El guardián de las plantas heridas


Había una vez un pequeño pueblo llamado Pueblo Alegre, donde vivían muchas familias felices. En ese lugar, todos los habitantes eran agricultores y cultivaban sus propios alimentos en grandes campos llenos de vida.

Uno de los niños más curiosos del pueblo se llamaba Mateo. Siempre estaba ansioso por aprender cosas nuevas y descubrir el mundo que lo rodeaba. Un día, mientras caminaba por el campo, encontró algo muy extraño: unas gotas rojas en el suelo.

Intrigado, Mateo siguió las huellas de las gotas hasta llegar a un árbol frondoso. Allí vio a una pequeña planta herida que sangraba. Sin pensarlo dos veces, decidió ayudarla. "¡Hola plantita! ¿Estás bien? Pareces estar lastimada", dijo Mateo con ternura.

La plantita miró al niño con sus hojitas tristes y respondió débilmente: "Sí, estoy herida pero no sé cómo sanar".

Mateo recordó que en la escuela había aprendido sobre las plantas medicinales y decidió aplicar ese conocimiento para ayudar a su nueva amiga vegetal. Corrió hacia su casa y regresó con vendajes naturales hechos de algodón y hierbas curativas. Con mucho cuidado, Mateo envolvió suavemente la herida de la plantita para protegerla y promover su curación.

Durante varios días, visitaba a la planta todos los días para asegurarse de que estuviera bien atendida. A medida que pasaban los días, la planta empezó a recuperarse lentamente gracias al amoroso cuidado de Mateo.

Sus hojas se volvieron más verdes y sus raíces se fortalecieron. Un día, Mateo notó que la planta ya no necesitaba los vendajes y estaba lista para ser trasplantada a un lugar donde pudiera crecer y florecer plenamente.

Decidió llevarla al jardín de su abuela, un lugar lleno de amor y magia. La abuela de Mateo recibió con alegría a la plantita y le dio un hogar en su hermoso jardín.

Juntas, cuidaron de ella, regándola todos los días y dándole el cariño que necesitaba para seguir prosperando. Con el tiempo, la plantita se convirtió en un árbol grande y fuerte. Sus ramas se llenaron de flores coloridas que alegraban a todos los visitantes del jardín de la abuela.

Mateo aprendió una valiosa lección sobre cómo cuidar y ayudar a otros seres vivos. Comprendió que cada pequeña acción puede tener un impacto positivo en el mundo que nos rodea.

Desde aquel día, Mateo se convirtió en el protector del campo y siempre estaba dispuesto a ayudar a las plantas heridas o enfermas que encontraba. Se convirtió en una inspiración para todos los habitantes del Pueblo Alegre.

Y así, gracias al amoroso cuidado de Mateo, las plantas del campo florecían más hermosas cada año. El pueblo entero vivía feliz sabiendo que sus campos estaban llenos de vida gracias al amor incondicional de uno de sus jóvenes habitantes.

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