El Guardián de los Sueños



En un pequeño puerto de Argentina, vivía un hombre solitario llamado Ernesto Romberg. Su vida giraba en torno a la soledad, y pasaba sus días observando el mar desde la orilla. Era conocido por sus extrañas costumbres nocturnas; cada noche, salía a caminar junto al agua, lejos de los sonidos del mundo.

A Ernesto no le gustaban los mástiles de las banderas, pensaba que alzaban esperanzas que él no tenía. Hablaba consigo mismo, imaginando que el viento le respondía:

"¿Por qué la gente ondea banderas? No lo entiendo..."

Un día, mientras exploraba un rincón del puerto que nunca había visto, se cruzó con un viejo barco llamado 'Guarda Nacional'. Extrañado, se acercó y, al mirar más de cerca, se dio cuenta de que no llevaba prisioneros, sino... ¡zombis!

Estos zombis no eran lo que uno podría imaginar; en lugar de ser aterradores, aparecían un poco desaliñados, pero con una sorprendente sonrisa en sus rostros.

"Hola, amigo. ¿Te interesa conocer nuestra historia?" dijo uno de ellos, que a pesar de su apariencia, tenía un brillo amistoso en su mirada.

Ernesto, perplejo, aceptó. Se subió al barco y descubrió que estos seres, en realidad, eran soñadores atrapados entre el mundo de los vivos y el mundo de los sueños. Habían quedado atrapados en un viaje eterno y querían volver a sentir la alegría de vivir.

"Nosotros soñamos, pero no podemos compartir nuestros sueños. Nos volvemos invisibles para el mundo", explicó otro zombi.

Ernesto se dio cuenta de que, aunque él pasaba sus noches solo, esos zombis necesitaban compañía. Se convirtieron en amigos rápidamente y empezaron a explorar juntos. Cada noche, el barco zombi navegaba en el océano de las posibilidades. Juntos, compartían historias de sueños y esperanzas olvidadas.

Sin embargo, una noche, una oscura tormenta se desató. El barco comenzó a tambalearse y nada parecía poder salvarlo. Los zombis temieron que su viaje terminara y que quedaran atrapados para siempre.

"No me voy a rendir. ¡Juntos podemos! Vamos a atar las velas fuertes y a remar!" propuso Ernesto.

Los zombis, alentados por su valentía, trabajaron juntos. Con esfuerzo y determinación, lograron hacer frente a la tormenta. Cada zombi utilizó su sueño más preciado para fortalecer el barco: algunos soñaban con bailar en una noche estrellada, mientras que otros anhelaban reír en una fiesta.

Finalmente, después de una larga batalla contra las olas, la tormenta se calmó y un arcoíris brilló en el cielo. Cuando las aguas se aquietaron, los zombis sintieron que, por primera vez en años, podían volver a sentirse vivos.

"Gracias, amigo Ernesto! Nos has dado la esperanza que tanto necesitábamos", dijeron con alegría.

Esa noche, los zombis celebraron con risas, danzas y relatos, convirtiéndose en el espectáculo más luminoso del puerto.

A partir de ese día, Ernesto no sólo dejó de estar solo, sino que también comenzó a soñar. Aprendió que compartir sueños hacía que la vida fuera más colorida, y junto a sus nuevos amigos, se convirtió en el guardián de los sueños perdidos.

Cada noche, Ernesto se levantaba con alegría. Ahora, en lugar de odiar los mástiles de las banderas, los consideraba símbolos de esperanza y unión. Su amistad con los zombis trajo luz a su vida y, aunque los zombis siguieron explorando otros sueños, siempre volvían a visitarlo, cada vez que la luna iluminaba el puerto.

Así, Ernesto Romberg se convirtió en un héroe no solo para sí mismo, sino para todos aquellos que también habían olvidado soñar.

FIN.

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