El Guardián del Río



En el pueblo de Río Verde, la situación era crítica. La basura se acumulaba en cada rincón y los animales, asustados y desilusionados, comenzaban a alejarse. Los pájaros ya no cantaban, las ranas se habían perdidos y ni siquiera los peces se asomaban por el agua.

Una soleada mañana, Valeria, una niña curiosa y amante de la naturaleza, decidió aventurarse al río. Al acercarse a las aguas, notó algo raro al borde: una pequeña criatura hecha de desperdicios. Tenía ojos grandes y brillantes, y lloraba desconsoladamente.

—¿Por qué lloras? —preguntó Valeria con suavidad.

—¡Soy Basurín! —sollozó la criatura, sacudiéndose un poco.

—No puedo jugar ni nadar en mi casa porque está llena de basura. Todo el mundo me ha olvidado.

Valeria se agachó y miró a Basurín con tristeza. —No estás solo. Yo puedo ayudarte. ¿Por qué no me cuentas cómo podemos hacer que todos los que se fueron regresen?

—Necesitamos limpiar el pueblo, y así el río volverá a ser un lugar feliz —dijo Basurín, dejando de llorar.

Sin pensarlo dos veces, Valeria tomó una decisión. —¡Vamos a organizar una gran limpieza! Llamaré a todos en el pueblo y les explicaremos que la tierra y el río necesitan ser cuidados.

Basurín sonrió, pero había un pequeño temor en sus ojos. —¿Crees que la gente querrá ayudar?

—Claro que sí, todos amamos a Río Verde. —respondió Valeria.

Y así, Valeria y Basurín comenzaron su misión. El primer paso fue visitar a sus amigos. Se encontraron con Lucas, su compañero del colegio.

—Lucas, ven rápido, tenemos que hablarte de algo importante.

—¿Qué pasa?

—El río está triste y tenemos que ayudarlo.

—¿Con limpiar la basura?

—¡Exactamente! ¡Vamos a hacer una limpieza en el pueblo!

Juntos, fueron de casa en casa, explicando la situación. Algunos, al principio, eran escépticos.

—¿Limpiar? ¿Para qué?

—¡Para que podamos volver a ver a los animales y disfrutar del río! —exclamó Valeria.

Finalmente, el entusiasmo de Valeria y la historia de Basurín resonaron en los corazones del pueblo. Decidieron unirse el fin de semana para una gran jornada de limpieza. El día tan esperado llegó. Más de cincuenta personas se presentaron, armadas con guantes, bolsas y muchas ganas de ayudar.

Valeria y Basurín se convirtieron en los líderes de la actividad. A medida que recolectaban basura, Basurín se sentía más fuerte y alegre.

—¡Mirá, Valeria! —exclamó. —¡Ya se ve el río!

—Y los pájaros están regresando.

El sol brillaba y con cada bolsa de basura que recogían, el agua del río se iba iluminando más. Todos estaban tan concentrados y motivados que ni se dieron cuenta de cómo pasaba el tiempo.

Pero ocurrió un giro inesperado: mientras limpiaban, encontraron un enorme trozo de metal que parecía un viejo tambor.

—¡Eso no podemos dejarlo aquí! —dijo un adulto.

—¡Necesitamos ayuda para quitarlo! —gritó Valeria.

Los chicos juntaron fuerzas y con mucho esfuerzo, lograron sacar el tambor del agua. Cuando lo abrieron, ¡sorpresa! Era un baúl lleno de juguetes viejos y bellos que habían sido olvidados.

—¡Mirá, Valeria! Estos juguetes pueden ser reparados y darles una nueva vida.

—¡Sí, podemos hacer un día de juegos para todos los chicos del pueblo!

Así fue como el día de limpieza se convirtió también en un día de festejo. Al final del día, Valeria, Basurín y todos los niños y adultos del pueblo se sentaron a disfrutar de un picnic junto al río.

—No solo limpiamos, ¡también hicimos que todos se unieran! —dijo Valeria, mientras sonreía a su amigo Basurín.

—Gracias, Valeria. Te prometo que siempre cuidaré el río.

—Y yo con vos, Basurín.

Desde ese día, la basura se convirtió en un recuerdo lejano para el pueblo de Río Verde. Con la ayuda de Valeria y Basurín, los habitantes aprendieron a cuidar la naturaleza, y los animales regresaron, llenando el aire con sus cantos. Y así, el río volvió a ser un lugar de alegría y vida, donde cada criatura, grande o pequeña, encontraba un hogar.

FIN.

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