El Hada de los Biberones



Había una vez, en un lugar mágico y colorido, un hada llamada Arándela. Arándela vivía en un bosque encantado lleno de árboles frutales donde los frutos rojos brillaban como joyas. Su trabajo era muy especial: recogía todos los biberones que los niños mayores ya no necesitaban, a cambio de deliciosos frutos rojos que ofrecía a los niños más pequeños.

Una noche, mientras dos hermanos, Mateo y Sofía, estaban preparados para dormir, su madre les comenzó a contar la historia de Arándela.

"Hoy les voy a contar sobre un hada muy especial", dijo su madre, sonriendo.

Mateo se emocionó: "¿Es como los cuentos del bosque?"

Sofía interrumpió: "¿Y qué hace el hada?"

Su madre continuó: "Arándela recogía biberones que ya no eran usados, porque ella sabía que cada uno de esos biberones tenía una historia que contar. Los niños crecían y, al dejar atrás esos biberones, dejaban también pedacitos de su infancia. A cambio, Arándela les regalaba frutos rojos para que compartieran momentos dulces en familia".

Al día siguiente, curiosos por la historia, Mateo y Sofía decidieron hacer algo especial. Habían notado que el biberón de Sofía estaba guardado en el armario, lleno de recuerdos de su infancia. Así que decidieron que era momento de dejarlo ir.

"¿Qué pasaría si lo dejamos en el jardín, como hizo Arándela?" - sugirió Mateo entusiasmado.

"Sí, así tal vez ella venga y nos deje frutos rojos" - respondió Sofía con los ojos brillantes de emoción.

Los hermanos se prepararon con un gran biberón en sus manos y salieron al jardín. Colocaron el biberón bajo un árbol frutal y, entusiasmados, se fueron a dormir, esperando que Arándela apareciera.

En medio de la noche, un suave brillo iluminó el jardín. Era Arándela, que llegó volando como una chispa de luz, rápida y silenciosa.

"¿Quién ha dejado un biberón aquí?" - preguntó el hada, notando la paz de la noche.

"¡Soy yo, Sofía!" - exclamó arrodillándose junto al biberón. "Ya no lo necesito, pero quería que un niño más pequeño lo use."

Arándela sonrió y, en un instante, dos hermosos frutos rojos aparecieron en el césped, dulces y frescos.

"Gracias, Sofía. Este biberón será muy útil para un nuevo amigo. Aquí tienen, frutos de la amistad" - dijo el hada con su voz melodiosa.

Sofía y Mateo despertaron al día siguiente para descubrir los frutos brillando en el jardín.

"¡Mirá, Sofía! Arándela vino de verdad" - gritó Mateo mientras corría hacia los frutos.

"Es increíble, ¡hizo magia!" - Sofía sonrió, y los dos hermanos decidieron compartir los frutos con su madre.

Aquella mañana, mientras disfrutaban de las fresas y frambuesas, sus madre les preguntó:

"¿Y de dónde sacaron estos deliciosos regalos?"

"Los trajo el hada Arándela, porque dejamos el biberón en el jardín" - contestó Mateo, con la sonrisa en el rostro.

Su madre, al escuchar la historia, abrazó a los hermanos. "Me encanta que compartan y sean generosos. Recolectar recuerdos y compartirlos con otros es un acto de bondad."

Pasaron los días, y cada noche, Mateo y Sofía se acordaban de Arándela. Comenzaron a buscar otros juguetes que ya no usaban para compartir con niños más pequeños. Comprendieron que cada objeto tenía su propia magia y que al compartirlos hacían sonreír a otros.

Así, cada vez que dejaban algo especial en el jardín, Arándela dejaba a cambio los frutos más dulces que nunca habían probado.

Y así, Mateo y Sofía aprendieron una lección muy valiosa: compartir no solo hacía felices a los demás, sino que también les dejaba a ellos un sabor dulce que jamás olvidarían.

Desde aquella noche, el hada Arándela se convirtió en una parte especial de sus corazones, y su vínculo como hermanos se volvió más fuerte. La historia de Arándela les enseñó que el verdadero regalo de la infancia no es lo que se guarda, sino lo que se comparte.

FIN.

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