El Hada Distraída y la Magia de la Empatía
En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y flores de mil colores, vivía una hada muy especial llamada Lila. Lila no era un hada común; era un poco distraída. A veces, se olvidaba de usar su varita mágica para hacer volar a las hojas o hacer que las flores bailaran. Pero, a pesar de su distracción, tenía un gran corazón y un profundo deseo de ayudar a los niños de la escuela local.
Un día, Lila decidió que era tiempo de hacer algo especial.
"Voy a ayudar a los niños a aprender sobre la empatía!" - pensó entusiasmada, mientras revoloteaba por el aire.
Lila se acercó a la escuela, adornada con dibujos de colores y risas que salían de las ventanas. Pero al entrar, vio a un grupo de niños en el patio, discutiendo.
"¡No! Eres un mal compañero de equipo!" - gritó Tomás, enojado con su amigo.
"¡Yo solo quise ayudar!" - respondió Paula, con lágrimas en los ojos.
Al ver esto, Lila sintió que era el momento perfecto para usar su magia. Con un pequeño giro de su mano, las palabras de los niños se detuvieron en el aire, y de repente, Lila apareció ante ellos, brillando como una estrella.
"Hola, pequeños! Soy Lila, el Hada Distraída, y estoy aquí para contarles algo muy importante. ¿Han oído hablar de la empatía?" - preguntó Lila, con su voz suave y melodiosa.
"¿Empatía?" - dijeron los niños, confundidos.
"Sí! Es la habilidad de ponerse en el lugar del otro y entender cómo se siente. ¡Vamos a jugar un juego para aprenderlo!" - les propuso.
Los niños, intrigados, asintieron. Lila les dio a cada uno una pequeña piedra mágica que brilla cuando alguien está feliz.
"Ahora el juego es así: cada vez que vean a alguien triste, deben usar su imaginación y pensar en cómo se sentirían en su lugar. Luego, intentarán hacer algo bonito para ayudar a esa persona. ¿Listos?" - exclamó entusiasmada.
El primer intento fue con Paula, quien parecía triste porque su dibujo no había salido como esperaba. Tomás se acercó a ella y pensó: "Si yo estuviera en su lugar, estaría muy desanimado. Tal vez podría ayudarla a terminar su dibujo." - Con eso, se le acercó, sonriendo. "¿Te gustaría que lo hagamos juntos?"
"¡Sí! Eso me haría muy feliz!" - respondió Paula, sonriendo.
Lila observaba desde un rincón, emocionada. "¡Qué hermoso! Están practicando la empatía!" - pensó, aplaudiendo con alegría. Pero en el camino del juego, Lila se distrajo de nuevo. Un bufido de viento la llevó a un bosque cercano, y se olvidó de los niños.
Mientras Lila se perdía en sus pensamientos, los niños continuaron sin su guía. Pero entonces, algo inesperado sucedió. El grupo se encontró con un nuevo compañero, Lucas, que acababa de mudarse al pueblo y no conocía a nadie. Se sentía solo y un poco asustado.
"No quiero jugar con ellos... no soy bueno para hacer amigos" - murmuró Lucas para sí mismo. Sin embargo, cuando Tomás, Paula y los demás lo vieron, recordaron lo que Lila les había enseñado.
"¡Vamos, también tenemos que ayudar a Lucas!" - dijo Paula, recordando lo que sintió en su momento de tristeza.
- "¿Qué tal si lo invitamos a jugar?" - sugirió Tomás, sabiendo que eso podría hacer feliz a Lucas.
Con unidad, se acercaron a Lucas.
"Hola, Lucas! Puedes jugar con nosotros. Te prometemos que todo será divertido!" - le dijeron al unísono.
"¿De verdad?" - respondió Lucas, sorprendido.
"¡Sí! Ven, te mostraremos nuestro juego favorito!" - invitaron, sonriendo.
Recuperando su entusiasmo, Lucas aceptó la invitación. Así, mientras la tarde transcurría, los niños aprenderían, sin darse cuenta, que la empatía no solo les ayudaba a ser más amables entre ellos, sino que también hacía crecer su amistad.
Al volver del bosque, Lila vio el hermoso panorama de risas y juegos. Se sintió feliz al ver que los niños habían entendido su lección.
"¡Lo lograron!" - exclamó, alzando su varita para hacer brillar las piedras mágicas.
"La empatía es hermosa, pero recuerda, se necesita tiempo para practicar y mejorar" - les dijo a los alumnos.
Desde ese día, los niños se convirtieron en un equipo muy unido. Cada vez que alguien estaba triste, podían notar la diferencia y se ofrecían a ayudar. Y aunque Lila era un poco distraída, su magia nunca se desvaneció, ya que esa magia vivía en la empatía de los niños desde ese día, dejándoles un legado que les acompañaría toda la vida.
Y así, en un pequeño pueblo donde el sol brillaba, un hada distraída dejó su huella en los corazones de los niños, enseñándoles la importancia de ser empáticos y solidarios, lo que creó una magia aún más fuerte que cualquier hechizo.
FIN.