El hada Luna y el duende travieso



Había una vez en un pequeño pueblo encantado, un hada llamada Luna que se dedicaba a cuidar y proteger a todos los niños.

Luna era una hada muy especial, con cabellos dorados y brillantes como el sol, y alas del color de la luna llena. Siempre llevaba consigo una varita mágica con la cual hacía realidad los sueños de los más pequeños. Luna vivía en lo alto de un árbol gigante, rodeado de flores multicolores y animales parlanchines.

Cada noche salía volando por las calles del pueblo para visitar a cada niño mientras dormían. Les dejaba mensajes llenos de amor y esperanza en forma de estrellas plateadas sobre sus almohadas.

Un día, mientras Luna estaba volando por el bosque encantado, escuchó unos llantos desesperados provenientes del río cercano. Rápidamente se acercó y descubrió a Tomás, un niño travieso que había caído al agua y no sabía nadar.

Sin pensarlo dos veces, Luna utilizó su magia para convertirse en una burbuja protectora que envolvió al niño hasta llevarlo sano y salvo hasta la orilla. Tomás le agradeció emocionado mientras abrazaba a su nueva amiga hada.

A partir de ese momento, Tomás se convirtió en el mejor amigo de Luna. Juntos pasaban tardes enteras jugando en el prado lleno de margaritas o construyendo casitas para las mariposas con hojas secas encontradas en el bosque.

Un día, sin embargo, algo extraño ocurrió: los niños del pueblo comenzaron a portarse mal. Se volvieron egoístas, groseros y desobedientes. Luna se preocupó mucho por esta situación y decidió investigar. Volando sigilosamente, Luna llegó hasta la guarida de un duende travieso llamado Tristán.

Descubrió que él había estado esparciendo polvo mágico oscuro sobre los niños para hacerlos comportarse mal. Luna sabía que tenía que detenerlo, pero no podía enfrentarlo sola.

Fue entonces cuando recordó una antigua leyenda del pueblo: el poder de la amistad y la solidaridad. Decidió buscar a todos los niños en el prado y les contó su descubrimiento. Juntos, armaron un plan para derrotar al duende malvado.

Cada niño contribuyó con su talento especial: algunos construyeron trampas ingeniosas mientras otros preparaban dulces deliciosos como señuelos. Finalmente, llegó el momento del enfrentamiento final con Tristán. Los niños trabajaron en equipo y lograron atraparlo en una red mágica hecha por Luna.

Al verse rodeado por ellos, el duende comprendió que había perdido y prometió nunca más volver a causar problemas. Desde aquel día, gracias a la valentía y cooperación de los niños junto a su querida hada guardianesa, el pueblo recuperó su alegría y bondad.

Los niños aprendieron que juntos pueden superar cualquier obstáculo y protegerse unos a otros. Luna se convirtió en un símbolo de amor e inspiración para todos los habitantes del pueblo encantado.

Y cada noche seguía visitando las camitas de los niños, dejando estrellas de esperanza y recordándoles que siempre estaría allí para cuidarlos. Y así, la historia del hada Luna y los niños del pueblo encantado se convirtió en un legado de amistad y solidaridad que perduraría por siempre.

FIN.

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