El hada unicornio Alexandra y el Reino Unido de la Felicidad



Había una vez en el mágico Reino de las Maravillas, un hada unicornio llamada Alexandra. Era muy especial, ya que además de tener alas como todas las hadas, tenía un cuerno brillante en la frente como los unicornios.

A Alexandra le encantaba ayudar a los demás y siempre estaba dispuesta a hacer lo posible para que todos fueran felices. Un día soleado, mientras volaba por el bosque encantado, escuchó unos sollozos provenientes de un claro.

Se acercó sigilosamente y vio a un conejito triste sentado bajo un árbol. - ¿Qué te pasa, pequeño conejito? -preguntó Alexandra con voz suave.

El conejito levantó la cabeza y sus ojos llenos de lágrimas se encontraron con los ojos bondadosos del hada unicornio. - Estoy triste porque siento que no soy tan rápido como mis amigos -respondió el conejito-. Siempre llego tarde a todas partes y me siento excluido.

Alexandra sonrió amablemente al conejito y dijo:- No te preocupes, querido amigo. Puedo ayudarte a ser más rápido si tú quieres. El conejito dudó por un momento pero finalmente aceptó la ayuda del hada unicornio.

Alexandra usó su magia para darle alconejo unas zapatillas mágicas que lo hacían correr velozmente. El conejito saltaba de alegría al ver cómo ahora podía competir con sus amigos sin quedarse atrás. A medida que Alexandra continuaba volando por el reino, encontraba más criaturas tristes y necesitadas de su ayuda.

Ayudó a un pájaro a recuperar su canto, a una mariquita a encontrar sus puntos perdidos y a una ardilla a superar su miedo a las alturas. Sin embargo, no todos aceptaban la ayuda de Alexandra.

Algunas criaturas preferían estar tristes o no creían en la magia del hada unicornio. Pero eso no detenía a Alexandra, ella sabía que solo necesitaban un poco más de tiempo para darse cuenta de lo maravilloso que podía ser aceptar ayuda.

Un día, mientras volaba cerca del río encantado, escuchó llantos desesperados. Se dirigió hacia allí y encontró a una tortuguita atrapada en el lodo. - ¡Ayuda! ¡No puedo salir de aquí! -gritaba la tortuguita entre sollozos.

Alexandra extendió sus alas y voló hasta la orilla del río. Usando su cuerno mágico, creó un puente brillante sobre el lodo para que la tortuguita pudiera cruzarlo con seguridad.

La tortuguita salió felizmente del lodo y miró al hada unicornio con gratitud en sus ojos pequeñitos. - Muchas gracias por tu ayuda, Alexandra.

Nunca olvidaré lo amable que has sido conmigo -dijo emocionada- ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? El hada unicornio sonrió y respondió:- Lo único que deseo es ver felices a todos los habitantes del reino. Si puedes contarles tu historia y cómo me ayudaste, estoy segura de que podrán entender lo importante que es aceptar ayuda cuando se necesita.

La tortuguita asintió emocionada y se fue a contar su historia a todos los animales del reino. Poco a poco, las criaturas comprendieron que aceptar ayuda no significaba ser débil, sino que era una muestra de valentía y amor propio.

Desde aquel día, Alexandra siguió ayudando a todos los que encontraba en su camino. Y aunque algunos aún dudaban de su magia, cada vez más criaturas abrían sus corazones para recibir la felicidad que el hada unicornio les ofrecía.

Y así, gracias al poder del amor y la bondad de Alexandra, el Reino de las Maravillas se convirtió en un lugar donde todos vivían felices y unidos, recordando siempre que aceptar ayuda es el primer paso hacia la verdadera felicidad.

FIN.

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