El Helado de Jaime
Era un día soleado en el barrio de Villa Dulce, donde todos los niños jugaban en la plaza, llenando el aire de risas. Jaime, un niño amable y generoso, tenía un plan especial. Sabía que su amiga Clara, una niña dulce y risueña, estaba triste porque su perro, Pipo, había perdido su pelota favorita. Así que decidió hacer algo especial para alegrarla. Jaime pensó que un delicioso helado podría ser la solución.
"Voy a comprarle su helado favorito: ¡de frutilla con chispas de chocolate!" pensó mientras se ajustaba la gorra y agarraba un billete que le había dado su mamá.
Salió corriendo hacia la heladería, que estaba a solo unas cuadras. Al llegar, el lugar estaba lleno de colores y aromas irresistibles.
"¡Hola, Jaime! ¿Qué te gustaría hoy?" dijo el heladero, el señor Tino, un hombre simpático siempre dispuesto a contar una broma.
"Hola, señor Tino. Quiero un helado de frutilla con chispas de chocolate, por favor. Es para alegrar a Clara."
El heladero comenzó a servirse el helado cuando, de repente, un fuerte ruido interrumpió la escena. Era un grupo de niños jugando a la pelota, y una de ellas, sin querer, rompió uno de los sombreros que colgaban en la heladería.
"¡Oh, no! ¡Lo siento, señor Tino!" gritó la niña, corriendo hacia el heladero.
"No te preocupes, querida. Estos sombreros son solo adornos. Pero un helado no se puede romper, así que sigamos adelante con el pedido de Jaime!" dijo Tino, riéndose.
Jaime, que había estado observando, se sintió un poco triste porque la niña parecía preocupada. Entonces decidió hacer algo.
"Esperen, chicos. ¿Qué les parece si hacemos una colecta para comprarle un nuevo sombrero al señor Tino? Así todos colaboramos para arreglar lo que pasó."
Los niños miraron a Jaime con curiosidad.
"¡Buena idea!" dijo un niño con una campera roja.
Así que Jaime, junto con sus amigos, comenzó a juntar moneditas. En poco tiempo lograron la cantidad necesaria y decidieron ir juntos a una tienda cercana a comprar un nuevo sombrero.
Mientras tanto, el señor Tino ya había terminado de hacer el helado.
"¡Aquí tienes, Jaime! Un helado de frutilla con chispas de chocolate y un extra porque ayudaste a los demás."
Jaime se sintió muy feliz. Junto con sus amigos, se acercó al heladero y le entregaron el dinero para el nuevo sombrero.
"¡La diversión sigue!" exclamó el señor Tino, aclamando a los niños.
Con el helado en mano y el nuevo sombrero en el aire, se dirigieron al parque. Allí, Clara estaba sentada en un banco, triste y con la cabeza gacha. Jaime se acercó.
"Clara, ¡mira lo que tengo para vos!"
Al verla sonreír, sonaban los grillos y el ambiente se llenó de alegría. Ella tomó el helado y su rostro se iluminó.
"¡Gracias, Jaime! Eres el mejor!"
La risa de los amigos resonó cuando Clara probó el helado. Y así, con un abrazo entre todos, hicieron un trato: siempre cuidarían y ayudarían a los demás.
El día terminó con muchos juegos, risas y alegría, porque aprendieron que ayudar a otros siempre vale más que cualquier helado.
¡Y así descubrimos que un pequeño acto de amabilidad puede hacer una gran diferencia!
FIN.